Educar como DB231

Vivimos en tiempos de distracción. La gran riqueza de estímulos visuales, sonoros y emotivos que nos envuelven, llenándonos de información y diversión, puede transformarse en un fenómeno negativo, principalmente para los más jóvenes.

En pleno período de formación mental y cultural, nuestros hijos se encuentran sumergidos en un mar de sonidos y ondas electromagnéticos. El teléfono celular los acompaña a todas partes. La mayor parte de las informaciones que manejan, desordenada, contradictoria y de corta vida, como propaganda de tiempo electoral, es fruto de la esquizofrenia que provoca el control remoto. Y todo a una velocidad que produce vértigo.

En este baile acelerado también estamos lo adultos. Si no somos conscientes de la brutal presión que ejerce la falta de tiempo sobre la familia; si no somos capaces de clavar el freno para salir de esa atracción suicida de nuestra estresante vida moderna, difícilmente nuestros hijos “saldrán” profundos y reflexivos. Los adolescentes se sienten como resortes en compresión constante. En algún momento experimentando el deseo de escapar. Por cualquier medio.

Tu hijo necesita ser su propio amo, saber orientarse con una cierta seguridad en el mundo. El frenesí de las distracciones lo marea, como sus primeras copas, particularmente si es adolescente. No es raro ver muchachos que “estudian” con los auriculares a todo volumen en sus oídos + el televisor encendido + navegando, entre párrafos, en internet, redes sociales...

La concentración es la capacidad de filtrar, focalizar y ordenar los estímulos que vienen de la realidad, para poder orientarse sin perderse, pero disfrutando de todas las posibilidades ofrecidas por su propio crecimiento y por la vida. Para concentrarse, los muchachos deben realizar, a diario, un verdadero esfuerzo. La pausa, la reflexión, la concentración no están en los anaqueles de los supermercados. Padres: nosotros somos el único lugar donde pueden adquirirlas. De la misma forma que les enseñamos a hablar, a caminar, a acariciar y a besar, ahora debemos permitirles aprender a concentrarse. Y la cosa no empieza por decirles, con prepotencia, “Apaga esos aparatos y concéntrate en el estudio”... Querrían hacerlo, pero no saben cómo.

Crear un ambiente; fabricar un ritmo de vida. La concentración de los muchachos depende de muchos factores. 1) A veces, especialmente con los más chicos, es útil seguir el principio “cuanto menos, mejor”: hay algunos con una lista de tareas diarias más larga que la del presidente de la República. 2) Biológicos: sano equilibrio entre sueño y vigilia, horario de las comidas y dieta nutritiva. También hay factores ambientales: el ruido de fondo del barrio, la influencia de sus coetáneos y el uso hogareño de los medios de comunicación...

Señalemos el gran chivo expiatorio de la falta de concentración: es (no podía ser de otra forma) la televisión. Esta agrava las desigualdades sociales. De acuerdo al uso que los niños aprenden a darle, se hacen pasivos y superficiales o espectadores activos y culturalmente ricos.

Ellos tienen varias formas de mirar TV. La tele-hipnosis: ponen cualquier programa y quedan enganchados. La tele-llamada: encienden el televisor y se van, para que su zumbido a veces llame su atención. Y la tele-mataaburrimiento. La última es la tele-huida (maestra de desconcentración), conocida como zapping. En cualquiera de estos modos, nuestros hijos usan la televisión inadecuadamente, porque no realizan ninguna opción ni deciden ninguna cosa.

Por último, refiriéndonos a “lo que se ve”: muchas transmisiones están construidas para capturar, a toda costa, la atención de los muchachos, imponiendo a la acción un ritmo “infernal”. A largo plazo, esta sucesión vertiginosa y “forzada de acontecimientos” provocará ansias de vivir velozmente, haciendo que nuestros hijos sean impacientes e impulsivos.

“Vamos a organizar juntos nuestra vida para que puedas concentrarte mejor”. Esta frase puede ser nuestra obra maestra. Significa negociar, constructivamente, el uso del tiempo libre. Cueste lo que cueste, debemos “marcar” un uso regulado de la TV y otros medios de distracción. Si dejamos que se acostumbren a programas febriles, violentos, superactivos, la escuela será un tiempo de aburrimiento insoportable. Un uso “participado” del televisor puede ser, sin embargo, un óptimo medio de concentración e interés.

Lo mismo puede decirse de la computadora y los juegos electrónicos que son, cada vez más un verdadero código social entre los muchachos. No se trata de prohibírselos, sino de definir las reglas sobre el tipo de juegos y sus límites de tiempo.

Los deberes escolares son una ocasión magnífica para acompañarlos en el difícil camino de la concentración. Podemos ayudarlos a aprender una forma de estudio y la mejor manera de resolver las dificultades de cada materia; apuntalarlos psicológicamente y prevenir posibles desánimos. El tiempo y el lugar adecuados favorecen la concentración. Estudiar a pocos metros de un televisor encendido es una tortura. También la música puede tener “su” tiempo, convirtiéndose en un elemento de cultura y de escucha contemplativa.

 

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