Diseño por: BSCAM Cuando se andaba descalzo, hubo un jefe indio de pies sensibles. Tomó una decisión: que sus guerreros cazaran todos los bisontes del país para cubrir con sus pieles el territorio. El pueblo quedó desconcertado. Una delegación de guerreros recurrió al viejo chamán para pedirle consejo.

El anciano respondió: “Que corten dos pedazos de piel de bisonte para protegerse los pies”. Dicen que así nacieron los zapatos...
Muchos padres razonan como el jefe de la tribu. Quisieran forrar el mundo con pieles de bisonte para que sus hijos no se lastimen al enfrentarse con la realidad. En cambio, lo que hace falta es “forrar” adecuadamente sus mentes y su carácter. La mayor riqueza que podemos dejarles como herencia es el sentido de responsabilidad.

Los niños deben poder tomar decisiones para habituarse a ello. Muchos papás prefieren hacerlo por ellos, imponiéndoles sus opciones con el argumento de la obediencia debida y la advertencia sobre posibles castigos. Y es al contrario: la responsabilidad se forma en un largo “entrenamiento” que a menudo deja marcas morales, sin que aparezcan amenazas, castigos, sermones, ni recompensas por haber sido buenos. Los premios y los castigos niegan al niño la oportunidad de decidir y sentirse responsable de sus propias opciones.

Con un poco de imaginación, puede ponerse a los pequeños en la situación de “probar” qué significa elegir una cosa y dejar otra de lado. Algunos padres se preguntarán: - Pero, ¿qué hacemos si se equivoca o se porta mal? La mejor respuesta podría ser otra pregunta: ¿Qué ocurre si la mamá se olvida de la torta puesta en el horno? La consecuencia natural del olvido será que la torta se queme; es un efecto normal de su falta de memoria. Así, si dejamos que el niño compruebe las consecuencias de sus opciones y actos, permitimos una situación instructiva que es honesta y real.

Las consecuencias naturales expresan las exigencias planteadas por la realidad, sin ninguna acción específica de parte de los padres, y siempre resultan eficaces.

Jorgito, a los cuatro años, invariablemente se equivoca al ponerse los zapatos. Con fastidio, la madre dice: - !Por amor de Dios, Jorgito! ¿Cuándo aprenderás a calzarte bien los zapatos? Ven aquí. Después lo sienta y coloca cada zapato en el pie correspondiente.

Podría haber evitado la situación conflictual, dejando que él aprendiera solo, con las consecuencias naturales y lógicas. Los pies adoloridos son los de Jorgito, no los suyos. Si lo deja, sentirá la incomodidad y aprenderá a distinguir un zapato del otro. Entonces podrá felicitarlo por haber aprendido a calzarse bien. Sin comentarios.

Los deberes sin cumplir provocan la indignación de la maestra; los juguetes destrozados se tiran a la basura y no se los sustituye; si todos meriendan cuando los hermanos chicos vuelven de la escuela, nadie puede merendar más tarde; si la ropa sucia no queda en el canasto apropiado o junto a la pileta, no será lavada. Y así en todo.

La atención y el equilibrio. Las consecuencias lógicas y naturales solamente pueden aplicarse si no existe un peligro para la educación de los niños. Es importante que, una vez fijada una norma que traiga una consecuencia lógica del tipo: “la ropa sucia que no queda en el canasto apropiado, o junto a la pileta, no será lavada”, debe ser respetada por todos, también por los padres.

Una madre pidió a su hijito de dos años, que pusiera la ropa sucia en el canasto de ropa para lavar. El niño la miró sin comprender. Entonces la mamá preguntó: “¿dónde se pone la ropa sucia?”... El chiquito comprendió, recogió la ropa sucia, fue derechito al cuarto de sus padres y la puso en el piso, justo en el lugar donde habitualmente la dejaba su papá.

La aplicación de las consecuencias lógicas puede tener diferente interpretación. Los padres creen adoptar un nuevo sistema educativo imponiendo sus criterios.

Los hijos sienten que los someten a un castigo camuflado. Para que no ocurra, es preciso que los padres aprendan a retirarse “imparcialmente”, dejando que los sucesos acontezcan. Su ejecución cuidadosa y coherente puede resolver el antagonismo “padres-hijos”, favoreciendo la armonía familiar.

 

 

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