10 pasos para volver al paraíso perdido

1. Redescubrir la capacidad de asombro
“¿Crees en los milagros?”
“Sí”.
“¿Sí? ¿Pero has visto alguna vez uno?”
“¿Un milagro? Sí”.
“¿Cuál?”
“Tú”.
“¿Yo? ¿Un milagro?”
“Por supuesto”.
“¿Cómo?”
“Estás respirando. Tienes una piel suave y cálida. Tu corazón late. Puedes ver. Puedes escuchar. Tú corres. Tú comes. Saltas. Tú cantas. Piensas. Ríes. Amas. Lloras...”
“Aaah... ¿Eso es todo?”
Eso es todo.
Es trágico no poder preguntarse. El niño se abre a la vida a través de una cadena de “asombros” y maravillas. La tarea más importante de un educador es preservar esta capacidad en los niños en crecimiento: será la cualidad más preciada de su existencia.

2. El que sabe asombrarse no es indiferente:
Está abierto al mundo, a la humanidad, a la existencia. Uno viene al mundo con este único don: la maravilla de existir. La existencia es un milagro. Otros, los animales, las plantas, el universo, nos hablan de este milagro. Y nosotros somos tan milagrosos como ellos. Por eso debemos estar atentos y ser respetuosos. Quien considera que la vida es maravillosa, siente que ama a la humanidad, la respeta en sí mismo y en los demás. Al dar a los demás la importancia que merecen, descubrimos nuestra propia importancia. La vida tiene un valor, una dignidad. Nadie tiene derecho a desfigurarla.
El ser humano no es malo, es triste. Y la gente triste se vuelve mala. Están tristes porque no perciben la belleza de la existencia.

3. La capacidad de asombro enciende la voluntad de luchar por el valor de la vida.
La vida no es la muerte, y la humanidad no es la violencia y la mediocridad. Se vive pensando que la vida vale la pena y que la humanidad vale la pena.

Ana, de 46 años y profesora, escribe: “Mi vida se divide en dos periodos: antes y después del coma. Cuando tenía 26 años estuve quince días en coma: un accidente de carro, me quedé dormida al volante. Cuando volví a abrir los ojos, en el silencio de la sala, vi pequeñas luces bailando delante de mí. Estaba viva. Ilusiones, luciérnagas, mariposas, no sé qué eran, pero así redescubrí el asombro.

Fue como volver a nacer: el primer sorbo de café, el primer paso, el placer de hojear una revista, de preguntarme qué había pasado durante mi breve hibernación. Desde entonces, he aprendido a mirar las cosas con otros ojos. Desde mi despertar, todo tiene para mí el valor de un regalo: la maravilla, descubierta a través del miedo, ha hecho mi vida mejor. Ya no soy una chica intransigente y resentida. He cambiado, y el resto ha venido por sí solo.

Cada mañana me despierto pensando en lo increíble que es ver crecer a mis hijos y a mis hijas, contar las puestas de sol, probar una receta de cocina, podar mis rosas.

4. Uno se sorprende de la bondad
La vida es buena. Si escuchamos el razonamiento de ciertos ecologistas, el hombre parece un ser dañino. El cristianismo enseña que toda vida participa en la obra de la creación. Es la fuente de la contemplación, la calma, la simple serenidad, el entusiasmo y el optimismo.

5. El sufrimiento nos desestabiliza y conmociona
Precisamente porque nos hace comprender de manera brutal lo grande que es la privación. Siempre lloramos por algo hermoso que hemos perdido, algo esencial. Los niños necesitan descubrir por qué hay maldad y dolor en el mundo, así como una presentación convincente del sentido de la vida.

6. Sólo del asombro nace la gratitud
Todo lo que tenemos se lo debemos a alguien. Dar las gracias significa entrar en la lógica del regalo y la reciprocidad. El hombre moderno se indigna, protesta, se venga y rara vez da las gracias. Así que de la capacidad de saber maravillarse pasamos a la adoración.

7. Es el encuentro con un amigo
Esta es la fuente de la espiritualidad. Hay un hilo que va desde la concreción de la vida hasta la concreción de su origen. Dios no es una idea, sino una realidad que fue vista y tocada en Jesús de Nazaret, y es el “Dios de los vivos” porque lógicamente el Creador de la vida no puede morir. Jesús no es simplemente un campeón de la humanidad que vivió en una época histórica. Hoy está vivo y activo.

8. Una comunidad que apoya, perdona, acoge, anima, preserva la misma palabra de Dios.
Para muchos, la Iglesia es sólo una vaga referencia burocrática, con tintes genéricos y tradicionales. En cambio, padres e hijos deben participar en la vida de la Iglesia, sintiéndola poco a poco como un milagro: en la Iglesia se encuentran real y físicamente con Dios, con sus dones de gracia, con su perdón. Aquí reciben el apoyo y el alimento para crecer en la fe y una respuesta autorizada a las preguntas de la vida.

9. Una identidad fuerte, un sistema de valores coherente
El entorno en el que viven muchos jóvenes hoy en día es perturbador. La fe consolida, indica puntos de referencia, orienta al ser humano. Muestra la línea de distinción entre el bien y el mal. Y todo ello sin atentar nunca contra la libertad del individuo, al que se le deja tomar la decisión final. De una manera misteriosa pero real.

10. Felicidad
Hay un prejuicio acérrimo de que el cristianismo no tiene nada que ver con una cosa: la alegría de vivir. ¿Pero qué clase de Buena Noticia es, si es tan difícil ir al cielo y tan fácil ir al infierno? Una curiosa forma de modestia impide a muchos hablar del paraíso. Tomás de Aquino sostiene que la felicidad es uno de los nombres de Dios.

Este artículo está en:

Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
Edición 255 Enero Febrero 2022

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