La letra mata; pero el Espíritu es el que da vida. Un cuadro muy ilustrativo. Un cortesano de Etiopía va en su carruaje leyendo las Escrituras. Se topa con el pasaje del capítulo 53 del profeta Isaías. Se habla de un cordero que es llevado en silencio al matadero. Lleva sobre sí los pecados de todos.

El cortesano no entiende nada. Dios, providencialmente, le envía al evangelista Felipe, que le pregunta: “¿Entiendes lo que lees?” El cortesano responde: “¿Cómo voy a entender si no hay quien me explique?”(Hch 8.30). Este cortesano que con buena voluntad se acerca a la Escritura, pero que no la entiende, es un hecho real de la vida diaria. Muchos se acercan con buena voluntad a la Biblia, pero para poder descubrir el rico tesoro que allí se encuentra, necesitan una guía, una explicación.

Una orientación para no perderse en esa biblioteca de 73 libros que componen la Biblia.

Lastimosamente, con frecuencia se ha intentado ayudar a introducirse en la Biblia por medio de comentarios demasiado “intelectuales”: mucha crítica literaria, histórica. Muchos comentarios acentúan más lo científico que lo espiritual. De allí que el pueblo, muchas veces, le tenga miedo a la Biblia. Cree que es un libro solo para “doctos en la materia”. Solo para especialistas. Muchos fieles no se atreven a abrir la Biblia.

De antemano están seguros de que se van a perder, como el poeta Dante, en un selva oscura de historias y conceptos ininteligibles. Cuando el evangelista Felipe se acercó al cortesano, que en su carruaje intentaba penetrar el sentido de la Escritura, ciertamente no le dio una clase bíblica de tipo universitario. Felipe era un hombre sencillo. En poco tiempo había aprendido lo esencial del Evangelio; lo que los primeros cristianos, en griego, llamaban el KERIGMA, es decir, lo básico del Evangelio. Bastó esa sencilla explicación de Felipe para que el cortesano de Etiopía aceptara a Jesús como su Salvador y Señor. Para que se convirtiera y pidiera ser bautizado.

Nuestros sencillos fieles no necesitan clases universitarias acerca de la Biblia. Lo que reclaman, como el etíope, es que alguien con unción del Espíritu Santo y con sencillez los tome de la mano y les ayude a adentrarse en la Biblia. Ese es el desafío para todo el que quiera ser un evangelizador que, como Felipe, ayude a muchas personas a tener un encuentro con Jesús. A convertirse. A cambiar de vida.

Nuestra lectura de la Biblia
Bien decía san Pablo que “la letra mata; pero el Espíritu es el que da vida” (2 Co 3, 6). Habría que preguntarse, seriamente, si en nuestro acercamiento a la Biblia, a nivel personal, no nos hemos dejado contagiar por el “intelectualismo” que predomina, muchas veces, en la explicación de la Biblia. Tendríamos que preguntarnos si, por darle mucha importancia al texto, al contexto, a las variantes, a las opiniones de los doctos, no nos hemos quedado enredados en los comentarios humanos, perdiendo así la debida libertad para dejarnos guiar por el Espíritu Santo, nuestro comentarista infaltable en el estudio de la Palabra de Dios.

El Padre de Lubac hizo resaltar los comentarios (exégesis) espirituales de los Padres Antiguos -los que habían estado más cercanos a los apóstoles y a la Iglesia primitiva. El Padre de Lubac demuestra cómo los Padres antiguos y medievales, sin contar con los métodos de la crítica moderna, nos dejaron preciosos comentarios de profunda espiritualidad. De ninguna manera vamos a menospreciar las aportaciones de los especialistas en la materia; las necesitamos sin lugar a duda, para poder ahondar en el sentido profundo de la Biblia y para no favorecer una lectura “literalista” de la Biblia por medio de la cual muchos han caído en aberraciones y ridiculeces.

Conocido es el caso de los que, con el pretexto de que el Espíritu Santo los “inspira”, se sirven de algunos textos bíblicos para dejarse llevar por la “fantasía”. Todos estos peligros están latentes, en muchos grupos que por su cuenta y riesgo se aventuran a internarse en la Biblia sin una sana orientación. Estamos acostumbrados a ver cómo se manipula la Biblia. Cómo se la hace decir lo que la persona quiere que diga. Nada extraño. Pero la solución, ciertamente, no estriba en una “explicación intelectualista” de la Biblia.

Nada se consigue si, por cuidar la ortodoxia, se cae en la “frialdad” de unos comentarios bíblicos en los que se escucha “demasiado” la voz de los doctos; pero en la que apenas se percibe la voz de Dios. Tendríamos que preguntarnos si un acercamiento “técnico” a la Biblia no nos ha convertido en un ejército de “huesos secos”, sin vida abundante, sin gozo espiritual, con mucho conocimiento acerca de lo que dicen los hombres acerca de la Palabra de Dios, pero sin oír la voz misma de Dios, que es lo que interesa.

¿En dónde están los profetas?
El segundo libro de los Macabeos recoge la historia de Heliodoro. Era un militar enviado por su rey para apoderarse de los tesoros del templo de Jerusalén. Cuando ya estaban cerca de lo que buscaban, un jinete misterioso se lanzó contra los soldados. Dos acompañantes, también misteriosos, comenzaron a azotar a Heliodoro hasta dejarlo en el suelo, ciego (2 Mac 3, 23-28).El intentar acercarnos a los tesoros de la Biblia solamente con nuestro intelecto, solo con las técnicas aprendidas de los especialistas, hará que se repita en nosotros la historia de Heliodoro. Vamos a ser rechazados por la Palabra. Al libro de Dios solo podemos acercarnos descalzos, como Moisés ante la zarza y con el corazón de rodillas. Solo entonces el Espíritu Santo nos conducirá y él mismo nos entregará los tesoros del Libro Sagrado.

Ciertamente Jesús no hizo comentarios retorcidos cuando, por el camino, les iba dando una clase bíblica a los discípulos de Emaús. Lo cierto es que la “explicación” que Jesús les dio acerca de las Escrituras hizo que les “ardiera” el corazón. Los ayudó a encontrarse con el Mesías en la Biblia. La orientación que Felipe le proporcionó al cortesano de Etiopía también logró que el corazón de aquel hombre “se calentara” y se encontrara con Jesús como Cordero que viene a llevarse los pecados de los hombres, para salvarlos de la condenación. El discurso eminentemente bíblico de Pedro, el día de Pentecostés, impactó a todos. Dice la Escritura que todos “compungidos” -con punzadas en el corazón-, preguntaban: “¿Qué debemos hacer?” (Hch 2, 37). En la casa del militar Cornelio aconteció algo similar. Pedro “explicó” quién era Jesús. De pronto allí “se derramó” el Espíritu Santo (vea Hch 10).

Cuando Pablo “explicó” las Escrituras a la orilla de un río, porque no tenía un local donde predicar, el Espíritu Santo le abrió el corazón a Lidia: se convirtió y pidió el bautismo (Hch 16, 14). Millares de cristianos que como “huesos secos” viven una religión “ritualista”, que se han mecanizado en una religión de ritos nada más, esperan la voz de los profetas, que como Jesús, como Pedro, como Pablo, como Felipe, expliquen la Biblia, y “soplen” sobre los huesos secos para que se revistan de carne y se constituyan en una Iglesia renovada por el poder del Espíritu Santo; que evidencie la “vida abundante” que Jesús prometió a los que guardan su Palabra.

La Biblia no se entregó a la Iglesia para que todos se queden empantanados en una fría exégesis, sino para que se oiga, clarísima, la voz de Dios que irrumpe como río de agua borbotante en una Iglesia viva. En nuestra iglesia abunda el “intelectualismo” bíblico, que instruye, pero que no logra tocar el corazón para que la persona oiga la voz de Dios y se convierta de todo corazón. Necesitamos evangelizadores con el poder del Espíritu Santo que, como Felipe, acerquen a las personas a la Biblia para que tengan su encuentro personal con Jesús.

 

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