Meditacion La parábola del trigo y la cizaña describe al espíritu del mal movilizándose clandestinamente, al amparo de las tinieblas, mientras los campesinos “dormían”.

 

Dormir, en la Biblia, significa desconectarse de Dios, tener bajas las defensas espirituales. A sus apóstoles, antes de la prueba de fuego de la pasión, Jesús les ordenó: “Vigilen y oren para no caer en la tentación”. Ellos durmieron mientras Jesús luchaba en oración. Cuando llegó la tentación, ellos salieron corriendo; Jesús se adelantó a tomar su cruz. Cuando descuidamos la oración, la meditación de la Biblia, los Sacramentos, nuestras defensas están bajas. Es la ocasión propicia para el sembrador de pecado. Es su momento esperado para tomarnos por sorpresa.

San Pablo insistía en que vivimos en un cosmos infectado de malas presencias, y que es preciso tener siempre puesta la “armadura de Dios”. Dice San Pablo que hay que llevar en la cabeza el yelmo de la salvación (Ef 6, 17). Para nosotros Jesús es nuestro Salvador. Si estamos seguros del poder que Jesús nos adquirió con su muerte y su resurrección, el temor no puede invadir nuestra mente. Como Pablo, podemos decir: “Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?”.

Cuando el Espíritu del mal nota indecisión, aprovecha para sembrar pensamientos de duda, de desconfianza hacia Dios. Nuestra actitud mental en el poder que Jesús nos comunica, impide que nos dejemos invadir por los sentimientos negativos que el demonio se especializa en meter dentro de nuestra mente.
Pablo también aconseja tomar la espada del Espíritu Santo, la Palabra de Dios. Jesús esgrimió, exitosamente, esta espada cuando el diablo trató de inculcarle pensamientos de triunfalismo en su obra evangelizadora. Jesús le dijo: “Está escrito”, que equivale a: “Dios dice” la Palabra de Dios. Jesús esgrimió, exitosamente, esta espada cuando el diablo trató de inculcarle pensamientos de triunfalismo en su obra evangelizadora.

Jesús le dijo: “Está escrito”, que equivale a: “Dios dice”. A nosotros nos habla Dios por medio de su Espíritu Santo. También nos habla el espíritu del mal. A Adán y Eva les había hablado Dios; les había asegurado que los amaba mucho, que les entregaba el paraíso. Únicamente les pidió una prueba de amor: no debían acercarse a determinado árbol.

También les habló el demonio. Les aseguró que no debían tener miedo; que no les pasaría nada; más bien saldrían ganando. Ellos aceptaron las sugerencias halagadoras del diablo.

Y pagaron duramente las consecuencias. “Está escrito” quiere decir, que nos atenemos a lo que la Biblia indica; que ahí encontramos a Dios que nos habla y nos vuelve a repetir cuál es el camino del gozo espiritual y el camino de la muerte. La espada del Espíritu Santo, la Palabra de Dios, es nuestra arma preciosa para los momentos de indecisión, de duda, de desconfianza, que el demonio intenta que se cuelen en nuestro intelecto.

Pablo también nos aconseja llevar el escudo de la fe (Ef 6, 16). El soldado romano se cubría con un gran escudo de cuero que le protegía todo el cuerpo. Antes de la batalla mojaba el escudo para que, al chocar los dardos encendidos del enemigo contra el escudo, quedaran anulados. La fe nos lleva a ver todas las cosas, los acontecimientos de tejas arriba.

Existe un Dios Padre que todo lo encamina para nuestro bien. “Todo resulta para bien de los que aman a Dios”, dice la carta de los romanos. “Todo” tiene sentido para Dios. Nada sucede por casualidad. Hasta los cabellos de nuestra cabeza los tiene contados el Señor. En el mundo existe mucho mal; pero Dios puede convertir ese mal que nos circunda en una gran bendición para nosotros. Esto no es “ingenuidad”, “angelismo”.

Es la fe pura que nos lleva a la confianza en nuestro Padre que nos ama y que tiene un plan de amor para nosotros. El escudo de la fe impide que los dardos encendidos de la duda y la desconfianza en Dios -sobre todo en los momentos críticos de la vida- tengan efecto en nuestro pensamiento.

San Pablo indica además que debemos ponernos los zapatos del evangelio de la paz. El soldado romano llevaba unos zapatos claveteados que le ayudaban para clavarse en el suelo y no retroceder ante el embate del enemigo. San Pablo dice que el Evangelio es “poder de Dios para salvación del que cree” (Rom 1, 16).

Cuando nos aferramos al evangelio nos sentimos salvados por Jesús. Eso nos comunica una fuerza sobrenatural que nos lleva a salir más que vencedores en la milicia de la vida.

 

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