meditacion 1 El pasaje de Caná de Galilea es muy iluminador en lo concerniente a la oración de intercesión de la Virgen María. Una familia de Caná ha iniciado con mucho gozo la boda de dos jóvenes novios. Todo va muy bien. De pronto comienza a cundir el temor entre los miembros de la familia. Se está terminando el vino.

Que se terminara el vino implicaba una vergüenza mayúscula para la familia; sobre todo en un pueblo chiquito como el de Caná. Pero los de esa familia habían invitado a Jesús y a la Virgen María. Seguramente, la Virgen María, como mujer hacendosa, estaba ayudando a los organizadores de la fiesta. Por eso se dio cuenta inmediatamente del problema. Lo primero que hizo en esa emergencia fue acudir a Jesús. El Señor comprendió que su Madre le pedía algo extraordinario. Le respondió que no se podía, porque todavía no había llegado “su hora”, es decir, el tiempo de que se manifestara su gloria en la Cruz.

Para san Juan, la Cruz es el momento de la glorificación de Jesús. Ante esta negativa, la Virgen María se dirige a los sirvientes para decirles: “Hagan lo que Él les diga”. Era como que les dijera: “Los dejo en sus manos; Él los va a ayudar a solucionar el problema”.

Es impresionante que Jesús, debido a la súplica de su afligida madre, “adelantara” la hora de su reloj. Va a realizar su primer milagro. Jesús llegó a los treinta años sin haber hecho ningún milagro. Sin lugar a duda, Juan en su Evangelio, está poniendo de relieve lo que cuenta la súplica de María ante Jesús. Es por eso que hablamos de la intercesión de la Virgen María; del poder de la oración de la Virgen María ante el único Mediador entre Dios y los hombres(1 Tim 2,5).

Sólo Dios hace milagros

El milagro solo lo puede realizar Dios. Cuando en nuestro lenguaje popular, decimos: “La Virgen me hizo un milagro”, queremos afirmar que, en nuestro caso, se repitió lo de Caná de Galilea. Acudimos a la Madre de Jesús para que nos acompañara en la oración, y hemos visto el resultado exitoso. Cuando decimos que Pablo resucitó al joven Eutico, lo único que deseamos expresar es que la oración de Pablo fue tan poderosa, que Dios resucitó al joven Eutico. Bien decía Santiago: “La oración fervorosa del justo tiene mucho poder “ (St 5,16). Si la oración de intercesión de Pablo fue tan poderosa, cómo será de poderosísima la oración de la Virgen María ante su Hijo Jesús. Ni Pablo ni la Virgen María hicieron el milagro; solamente Dios puede hacer un milagro.

Eso de que alguno diga: “Yo no necesito intercesores; yo voy directamente al Jefe”, sencillamente es una falacia o un arranque de autosuficiencia. Todos necesitamos intercesores que nos acompañen en nuestra oración. También el estudiante “protestante”, a la hora de una enfermedad, le ruega a su mamá que ore por él para que pueda ser sanado. En este caso, propiamente, la madre del estudiante es una intercesora ante Jesús, el único mediador entre Dios y los hombres. Claro está, que hay una diferencia abismal entre la oración de la Madre de Jesús y una madre terrena.

Algo más. Jesús nos enseña que la oración comunitaria tiene un poder extraordinario. Jesús nos explica el motivo al afirmar: “Si dos de ustedes se ponen de acuerdo aquí en la tierra para pedir algo en oración, mi Padre, que está en el cielo, se lo concederá. Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” ( Mt 18,19-20).

Nuestra tradición católica

La oración comunitaria, en nombre de Jesús, tiene un poder excepcional. Nosotros no decimos: “No necesito intercesores; yo voy solo a Jesús”. Sería pecar de autosuficiencia. Nosotros nos necesitamos mutuamente en la oración de intercesión.Si a la comunidad invitamos a la Virgen María para que se una a nosotros, estamos seguros de que su oración poderosísima ante Jesús hará que veamos que, en nuestro caso, se repita el milagro de Caná de Galilea.

Esta es la tradición católica. Los resultados son evidentes. Millares de santuarios marianos en el mundo están gritando a los cuatro vientos que la Virgen María sigue intercediendo por sus hijos ante el Jesús, el único Mediador entre Dios y los hombres, y que lo que sucedió en Caná de Galilea se ha repetido en nuestros hogares.

Cuando oramos, es muy consolador pensar en lo que revela la carta a los Hebreos. Nos asegura que Jesús, como Sacerdote, está ante el Padre rogando por nosotros. Por eso se nos anima a “acercarnos con confianza al trono de la gracia” (Hb 4,16). La Virgen María es inseparable de Jesús. Muy consolador también es saber que nuestra Madre del cielo está junto a Jesús, haciendo lo mismo que hizo en Caná de Galilea por los de la familia que estaba en apuros por la falta de vino.

Muchas veces en nuestra vida se nos termina el vino del gozo, de la salud de la armonía, de la buena economía. Estamos plenamente seguros de que a la Virgen María no se le ha olvidado acercarse a Jesús para decirle: “Hijo, no tienen vino”.

Esto no es utopía ni un cuento de hadas. Es la experiencia de millones de devotos de la Virgen María que dan testimonio de que lo sucedió en Caná de Galilea se ha repetido en sus vidas.

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