Foto de: M.Ponce Uno de los mejores retratos espirituales de Pablo lo proporciona Jesús mismo, cuando le dice a Ananías: “Este es para mí un instrumento elegido para anunciar mi nombre a todas las naciones” (Hch 9,15) Una traducción dice: “Este mismo me es un vaso escogido”.


Esta traducción tiene mucho significado al llamar a Pablo “vaso escogido”. Un vaso está a la disposición de su dueño para ser llenado o vaciado; para ser colocado en lo alto o en lo bajo. A Pablo le gustaba llamarse esclavo de Jesucristo. Estaba a su disposición en todo tiempo y lugar.

Pablo comenzó siendo un “vaso” lleno de odio contra Jesús y sus discípulos. Lo primero que el Señor hizo con Pablo fue vaciarlo de su odio y de su autosuficiencia religiosa. Cuando Pablo se dejó vaciar y dijo: “Señor ¿qué quieres que haga?”, el Señor comenzó a llenarlo de su Espíritu Santo y de sus dones extraordinarios.

Pablo es un vaso “apartado” para Dios. En una asamblea de oración, de pronto, el Señor dice: “Apártenme a Bernabé y Saulo para la obra que los he llamado” (Hch 13,2).Pablo comienza su carta a los Romanos, escribiendo: “Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios”. Pablo está seguro de que su designación como apóstol viene directamente de Dios; lo testifica cuando recuerda que Dios le aseguró: “Para esto me he aparecido a ti, para designarte ministro y testigo” (Hch 26,16).

Pablo no podía dudar de su llamado hecho directamente por Jesús resucitado. Sabía que Jesús lo había llenado de su Santo Espíritu y de sus dones espirituales. Por eso, con humildad, dice: “Tenemos ese tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros” (2Cor 4,7).Pablo no oculta que el Señor lo ha colmado de extraordinarios dones para la misión encomendada. Pero Pablo, con toda humildad, se consideraba “vaso escogido”, pero “vaso de barro”, que si no se cuida, se puede hacer pedazos en cualquier momento.

La gran verdad, muchas veces no descubierta por muchos, es que, como Pablo, también nosotros somos “vasos de elección” del Señor, pero que seguimos siendo de barro y, que, por eso mismo, debemos estar siempre en las manos del Señor. Si nos salimos de sus manos, al momento el mundo nos convierte en vasos rotos, en añicos inservibles.

Pablo se dio cuenta de que después de su conversión violenta, necesitaba poner en orden toda su teología y sus estudios acerca de la Escritura. Para eso se fue tres años a Arabia. Fueron tres años de intensa oración y meditación de las Escrituras, a la luz de algo nuevo que había aparecido en su vida: la muerte, resurrección y ascensión del Señor, y su envío del Espíritu Santo. Lo primero que hizo Pablo, al volver de su retiro espiritual en el desierto, fue presentarse a las autoridades de la Iglesia, que Jesús había dejado jerárquicamente instituida. Dice Pablo: “Tres años después fui a Jerusalén para conocer a Pedro, con quien estuve quince días” (Gal 1,18).

El proceso que siguió Pablo para su encuentro personal con Jesús, para su conversión del judaísmo al cristianismo, es el proceso que debe seguir todo cristiano. Lo primero es caer de la propia cabalgadura de autosuficiencia. Eso llega por el oír la predicación de la Palabra. “La fe viene como resultado de oír el mensaje, que nos habla de Jesús”, dice Pablo (Rom 10,17). Con el encuentro de Jesús viene la conversión, el cambio de vida; el paso del “hombre viejo” al “hombre nuevo” en Cristo, por medio del bautismo. Luego llega el compromiso de dar testimonio de Jesús como nuestro Salvador y Señor.

Lo triste del caso, es que una gran mayoría de los que se autodenominan cristianos, nunca se han sometido a un discipulado que los ayude a pasar por este necesario proceso de encuentro personal con Jesús y de una conversión profunda. La nueva evangelización debe llevar a muchos “huesos secos” de la Iglesia, a que experimenten un nuevo nacimiento por obra del Espíritu Santo para que se puedan sentir, como Pablo, “nuevas criaturas en Cristo”.

 

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