Foto: lerodriguez Muy consolador lo que escribe san Pablo en su Carta a los Efesios: Ustedes han sido salvados por la gracia mediante la fe, y esto no viene de ustedes, sino que es un don de Dios (Ef 2,8).


La Biblia claramente enseña que la salvación no la podemos ganar a base de buenas obras; no la podemos merecer de alguna manera. Simplemente es un regalo de Dios, que teológicamente se llama “gracia”. Esa gracia la recibimos cuando, después de escuchar la Palabra de Dios (en la predicación, en la lectura de la Biblia), nos atrevemos a creer que Jesús, en la cruz, llevó la maldición que tenía que caer sobre nosotros por nuestros pecados. Como dice Pablo, Jesús fue hecho maldición para que nosotros fuéramos justificados, es decir, puestos en buena relación con Dios (Gal 3, 12).

Cuando, por gracia de Dios, después de oír la predicación, creo que Jesús me ha salvado por su muerte en la cruz; cuando me arrepiento de mis pecados y acepto que la sangre de Cristo me limpia de todo pecado (1Jn,1m7), en ese momento preciso comienzo a ser “nueva criatura”, y tengo la experiencia de ser “hijo de Dios” y “miembro de la iglesia” que fundó Jesús. Se me concede la salvación, que debo cuidar como lo más precioso que Dios me ha regalado. Todo esto no debe ser una piadosa creencia, sino una experiencia viva todos los días de mi vida. Me debo sentir salvado por Jesús, me debo sentir hijo de Dios, dirigido por el Espíritu Santo. Sin lugar a dudas, es un nuevo nacimiento que me indica que soy templo del Espíritu Santo y que he sido salvado. Si persevero en la fe en Jesús, él me asegura que tiene una morada eterna para mí (Jn14,2).

Son muchas, muchísimas, lastimosamente, las personas que continuamente dudan acerca de su salvación; que tienen escrúpulos, que sufren por eso. Cuando era joven, san Francisco de Sales cayó en profunda depresión pensando que tal vez no se salvaría. Era un joven piadoso y bondadoso, pero se dejaba influir por el “jansenismo”, una doctrina, que predominaba en ese tiempo. Según el jansenismo, ante un Dios muy severo era rara la persona que se podía salvar. La Biblia dice expresamente: Es la voluntad de Dios que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1Tim 2,4). En la actualidad son muchos los que se dejan llevar por el trasnochado “jansenismo”. Y sufren mucho, por supuesto. A cada rato quieren estar confesándose. No les basta que, por medio de san Juan, se nos diga: Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Dios para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad (1Jn 1.9).

El joven Francisco de Sales, en su desesperación acudió a la Virgen María implorando su intercesión ante Jesús. Experimentó que se le concedió la gracia. Rompió esa atadura de su vida y se convirtió en el santo de la mansedumbre, de la bondad. El que antes, con el ceño fruncido, sufría de escrúpulos, ahora, ayudaba a las personas a confiar en la misericordia infinita de Dios. A vivir el gozo de la salvación.

Como sacerdote, tengo que comprobar que muchos tienen escrúpulos: sufren pensando si se van a salvar o no. En todo el sentido de la palabra, nunca han aceptado la oferta de salvación que Jesús les hace, cuando dice: El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día (Jn 6,54) Cada vez que, con fe, recibimos el cuerpo y la sangre del Señor, nos apropiamos de la salvación que Jesús nos ofrece por su muerte y resurrección. Él mismo, en presente, nos asegura: “tienen”, ya, ahora, la salvación. Comulgar con fe y devoción y dudar de la propia salvación es un contrasentido. Cada vez que comulgamos con fe, Jesús nos repite insistentemente: “Tienes vida eterna”. Es decir, has sido salvado. Permanece en mí y esa salvación permanece en ti.

Es de vital importancia señalar que san Juan insiste en que la salvación se recibe ya, en presente. No hay que esperar para morirse para ser salvado. En el momento que creemos de corazón en Jesús, nos entrega la salvación, que debemos cuidar continuamente para que cuando el Señor nos llame, podamos estar en “estado de salvación”. Juan en su primera carta termina diciendo: Les escribo esto a ustedes que creen el Hijo de Dios para que sepan que tienen vida eterna (1Jn 5,13). Vida eterna, en el Evangelio de Juan, significa “vida de Dios”.

El mismo evangelista Juan, hacia el final de su Evangelio, recalca: Jesús hizo muchas otras señales milagrosas delante de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero estas señales se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo en él, tengan vida (Jn 20,30). San Juan es muy explícito en recalcar, en tiempo presente, que la salvación se recibe ya. Que no hay que esperar a morirse para recibir esa salvación; que debemos vivir con el gozo de haber sido salvados. Y luchar para no perder esa salvación que el Señor nos regaló.

 

 

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