Sin la verdad los puentes de la comunicación se cortan. La verdad es la cenicienta de la comunicación. La cenicienta- como ustedes recuerdan- era la despreciada y olvidada de la famosa fábula. Pues bien, eso es la verdad: la olvidada en la telaraña de la comunicación o mejor dicho, de la pseudo-comunicación.

¿Quién se preocupa de la verdad cuando los hombres opinan, y toman posición a favor o en contra, sobre el conflicto, por ejemplo, ente Israel e Hizbollah, o entre los partidarios del TLC y sus opositores, o entre los que impulsan la experimentación en células madre embrionarias y sus adversarios, o entre los maestros del país y el Ministerio de Educación, o entre los que piden oportunidades para los ilegales y los que los reembarcarían? (y podríamos continuar con el Código da Vinci, con las semillas genéticamente modificadas, con los promotores del aborto) ¿Quién esta pensando en la verdad, cuando la multitud va por la avenida con pancartas, gritos y consignas? Pueden mucho más los intereses económicos y comerciales, ideológicos y políticos, o simplemente el prestigio de parte y la terquedad.

Y sin embargo la verdad está en la base de la auténtica comunicación. Sin la verdad, se cortan todos los puentes de la comunicación, y prevalecen la fuerza, la presión, el dinero, las “mordidas”. La verdad, en cambio, garantiza nuestra comunicación con las cosas, o mejor, “es” nuestra comunicación con las cosas, y esta a su vez garantiza nuestra comunicación con los demás. Si no hay verdad, el pensamiento no aterriza, vaga en el vacío, y las palabras son sonidos engañosos o sin sentido.

Pero, ¿qué es la verdad? Se lo preguntó Pilato a Jesús, pero no esperó la respuesta. ¡Lástima! De la “verdad” se han dado en la historia incontables definiciones, de acuerdo a las incontables teorías del ser y del conocer. Sobre la verdad opinaron Parménides, Platón y Aristóteles, Agustín Anselmo y Tomás de Aquino, Descartes, Malebranche, Spinoza y Leibniz, Kant y Hegel, Heidegger y Jaspers, hasta los maestros de pensamiento débil. Todos lo han hecho con seriedad, de acuerdo a sus sistemas de pensamiento.

Yo, en línea con la gran tradición realista, que procede de Aristóteles, que pasa por los grandes metafísicos medievales y que llega hasta nosotros, vuelvo a proponer el concepto realista de verdad, que después de todo es el concepto común y corriente que todo el mundo tiene de la verdad; es decir, la adecuación, la correspondencia, la conformidad entre nuestro pensamiento y la realidad, entre lo que pensamos de una cosa y la cosa misma, entre los entes y la mente que los piensa, entre los juicios que emitimos y los hechos mismos sobre los que opinamos.

Al médico le exigimos que no se equivoque: que su diagnostico concuerde con el mal real del enfermo. Al juez le exigimos que no se equivoque: que su veredicto corresponda al auténtico culpable y a la gravedad de los hechos. Al científico le exigimos que sus afirmaciones y cálculos concuerden con los hechos y que lo que él observó puedan observarlo también otros científicos. Al notario que reparte la herencia le exigimos que sea fiel a lo que dice el testamento. Al periodista que nos da una noticia le exigimos que no invente, ni infle, ni tergiverse la información, sino que relate lo que realmente sucedió. Y esto que exigimos a los especialistas también nos lo exigimos unos a otros en nuestras normales comunicaciones: que pensemos, juzguemos, hablemos de acuerdo a la realidad, a las cosas como son en sí, a los hechos tal como sucedieron.

Verdad es el respeto de los datos objetivos, sin inventarlos, sin esconderlos, sin tergiversarlos; es el respeto de los hechos históricos, antes de todo intento de sistematización, interpretación o explicación. Estar dispuestos, si los hechos me lo exigen, a cambiar mis anteriores convicciones. Eso es la honradez intelectual. Acepto los datos, los hechos, aunque contradigan mis anteriores creencias, prejuicios e intereses.

Nadie tiene el monopolio, la exclusividad, la totalidad de la verdad. La verdad nunca se posee totalmente. La verdad la vamos conquistando, poco a poco. De ella vamos participando progresivamente. Todos somos simples exploradores: algunos más avanzados, otros más rezagados. La verdad es, pues, más una tarea que una posesión. Y se puede decir que es una tarea en grupo, porque el ser es demasiado amplio y profundo para ser explorado por uno solo. Lo que entre todos vamos conquistando, es patrimonio de la humanidad.

En todo esto nos dan ejemplo los científicos. La observación que ellos hacen de los hechos, la hacen con mucha precisión y escrúpulo, ayudados por instrumentos que aseguren la objetividad. Al comunicar a los colegas sus hallazgos, su lenguaje es escueto y esencial, posiblemente matemático. La posible explicación de los hechos la presentan sólo como hipótesis, dispuestos a modificarla si un colega presenta otra mejor, más fiel a los hechos. Se han dado en la historia guerras de religión, de ideologías, de intereses comerciales, de supremacía territorial y hasta de dinastías, contrastes sobre doctrinas políticas, económicas, sociales, morales… En cambio, no he leído que se hayan dado en la historia guerras de ciencia! En la búsqueda de la verdad, deberíamos imitar el ejemplo de los científicos.

Hay que reconocer que, sobre todo en ciertos campos, saber la verdad es difícil; requiere investigación seria y paciente, imparcial y desapasionada. Piensen en ciertos hechos históricos, en ciertos temas de bioética…; pero hay que buscarla.

Una tentación que hay que evitar (ha sido frecuente en la historia) es la de invadir campos de competencia ajena, como cuando el científico pretende dictaminar en el ámbito de la religión o, viceversa, el religioso en el ámbito de la ciencia. Otra tentación es la de sacar de alguna investigación conclusiones demasiado apresuradas, sin las suficientes premisas (también esto es frecuente). Pero cuando hay pasión por la verdad, eso no sucede.

Concluyo. La verdad, siempre parcial e inconclusa, pero abierta a la verdad total, a veces puede doler, quizás avergonzar; pero es la única que ahuyenta las tinieblas de la ignorancia, de los prejuicios, de la intolerancia y del fanatismo; es la única forma de vivir en la luz, en la apertura, en la libertad. “La verdad los hará libres” (Jn. 8,32). Amar la verdad, buscar la verdad, vivir en la verdad, decir la verdad. Solo así la comunicación, entre dos que buscan sinceramente la verdad, será auténtica “comunicación”, abierta, transparente, enriquecedora.

Extracto de conferencia
VII Jornadas de Filosofía
Guatemala, 23 agosto de 2006


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