28882097 2015 El volcán de Fuego (Guatemala 3-6-2018), nos ha hecho pensar. Sí, el mal bajo todas sus formas: inevitable, escandaloso, permanente... se extiende por todo el mundo y hace pensar. Nuestros sufrimientos, las guerras, la muerte, las masas hambrientas, el cáncer, los terremotos y las erupciones volcánicas nos plantean importantes preguntas.

¿Qué reflexión podría convencer a una madre inclinada sobre su hijo moribundo? ¿Por qué tengo que ser yo el que sufre? ¿Por qué he sido yo escogido? Y después: ¿Por qué vivir? ¿Cuál es el sentido de la vida?

La Biblia, al principio, dice que Dios creó todo bueno. El mal, por lo tanto, no procede de Dios. Génesis 3, al narrar el pecado original, explica que el mal lo ha causado la acción culpable del hombre. El pecado.

El hombre depende de Dios mucho más que un bebé recién nacido depende de su mamá. Lo más insensato que podíamos hacer era separarnos de Él.

Sin embargo, el hombre quiso decidir por sí mismo lo que está bien y lo que está mal. La pretensión de obrar independientemente de Dios fue la causa de su propia ruina. Todo el universo quedó trastornado. Se terminó el paraíso terrenal. Lo que heredamos es un valle de lágrimas. En lugar de encontrar la felicidad, la perdimos. El efecto de una vida sin Dios fue el dolor y la muerte.

Aquí comenzó el sufrimiento del hombre en el mundo desde entonces hasta hoy. El mal se distribuye de forma injusta: La justicia de dar a cada quién lo que merece según sus obras será en el Juicio Final.

Mientras llega el día del Juicio Final no hay relación entre mis propios pecados y mis propios sufrimientos. No hay relación entre mis propias virtudes y mi propio bienestar material. Pero sí hay relación entre la maldad del mundo en general y el sufrimiento del mundo en general. Por eso, el sufrimiento se distribuye en forma injusta: se lleva al que encuentra, de manera que muchas veces los justos pagan por los pecadores. Es lo que le pasó a Jesús.

Sin embargo, la misma Biblia nos muestra que Dios no abandonó al ser humano. Por el contrario, Dios extendió nuevamente sus brazos para abrazar con amor a su criatura, amor que ahora se convierte en misericordia, perdón y reconciliación. Ya en Génesis 3,14-15 se lee que la descendencia de la mujer (María - Jesucristo), aplastaría la cabeza de la serpiente mentirosa. El mal está sentenciado a muerte desde su nacimiento.

Dios, al crear personas capaces de amar y capaces de negarse a amar, introdujo en la creación una incógnita. ¿Cómo iría a responder el hombre? Dios se arriesgó: creó un mundo donde el mal tiene lugar, pero es un mal que puede ser vencido.

El nacimiento de Jesucristo representa, en efecto, la derrota del poder del mal en el mundo por medio del poder infinitamente superior del amor de Dios. Jesucristo representa un nuevo comienzo para la humanidad. Jesús curó a muchos enfermos y expulsó a muchos demonios. Todo esto indica que ha entrado victorioso en el mundo alguien más fuerte que el mal. Jesús vio cómo Satán caía del cielo como un rayo (Lc 10,18). El mal comenzó su retirada. Sin embargo, Dios sigue dejando crecer el bien y el mal juntos hasta el día de la siega para dar oportunidad de conversión, tal como lo muestra la parábola del trigo y la cizaña en Mt 13,24-30. Ya se abrieron las puertas del cielo, pero no hemos llegado todavía al paraíso.
Si el origen del sufrimiento está en el pecado, ¿por qué permitió Dios el pecado?

Dios, al crear personas capaces de amar y capaces de negarse a amar, introdujo en la creación una incógnita. ¿Cómo iría a responder el hombre? Dios se arriesgó: creó un mundo donde el mal tiene lugar, pero es un mal que puede ser vencido.

Dios sabía de antemano que el pecado iba a causar tantas desgracias. Dios sabía que incluso iba a causar la muerte afrentosa de su propio Hijo. A pesar de todo, Dios permitió el pecado. Lo hizo porque quiso respetar la libertad el hombre. Dios permitió el pecado para que el hombre tuviera la oportunidad de conocer y experimentar algo realmente nuevo: el amor redentor, perdonador y misericordioso de Dios.

El padre del hijo pródigo (Lc 15,11-32), permitió a su hijo irse de la casa a malgastar su hacienda (permitió el pecado), para mostrar que al culpable se le abre una renovada experiencia del amor de su padre, cuando regresa a la casa, arrepentido.

El hijo pródigo ya sabía que su papá le amaba, pero nunca se imaginó que ese amor era tan grande que, al regresar, en lugar de castigarlo, como merecía, y tratarlo desde entonces como un criado (en el mejor de los casos), lo iba a colmar de besos e iba a celebrar una fiesta en su honor, rehabilitándolo como hijo legítimo.
Dios permitió el pecado para mostrarnos que su amor por nosotros es mucho más grande de lo que jamás hubiéramos imaginado. Para perdonarnos a nosotros, no perdonó a su propio Hijo.

¿Qué se nos pide ahora a los cristianos?
Es difícil hablar de Dios en una tierra donde suceden tantas desgracias. Hay que ser realistas; las explicaciones teóricas no sirven de mucho en la práctica. Por eso, la misión principal de los cristianos y de la Iglesia consiste en ser ante el mundo, con nuestras vidas, signo viviente de la existencia de un Dios que es amor misericordioso. Nuestra misión es hacer que, en la humanidad, a pesar de todo, sea creída esta afirmación: Dios es Padre, Dios es Amor.

Porque nos dirán: “¿Qué padre es aquél que, pudiendo remediar la situación, permanece, como parece, sin mover un dedo, viendo la tortura de sus hijos?”

¿Qué respuesta dar? Porque si no somos capaces de dar una respuesta adecuada, ¿cómo podremos salir proclamando que Dios es amor? La respuesta al mal existe, pero es costosa. La única respuesta posible es la misericordia.

Es la fe la que nos da la certeza de que a pesar de todo Dios es amor. Esa fe hay que testimoniarla con el amor y la misericordia, antes que con las palabras. También con las palabras, pero sobre todo con el amor y la misericordia.


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