traidor Las noticias sobre abusos de menores por parte de eclesiásticos, que han estado en los medios de comunicación esto días han llenado de tristeza al papa Francisco y a todo el pueblo católico.

Nos llena de vergüenza y no sabemos qué pensar ni qué decir ni qué hacer. El sufrimiento de las víctimas lo sentimos sobre nuestra conciencia y quisiéramos poder aliviarlo de alguna manera.

No hay excusa posible. Se trata de crímenes horrendos. Solo queremos pedir perdón y desagraviar el pecado por medio del ayuno y la oración como nos ha pedido el Papa.

Sabemos que hasta en el grupo de los Doce hubo un traidor. Y otro de ellos negó conocer al Maestro. Es un misterio que, a pesar de ello, Jesús rehabilitara a Pedro y siguiera confiando en seres humanos débiles y pecadores, delegando poderes tan grandes como el de perdonar pecados y celebrar la Eucaristía. Confió también en Pablo, experseguidor de la Iglesia.

La razón está en que el mismo Dios quiso salvarnos, no interviniendo de manera directa o inmediata, sino siempre a través de mediadores humanos. Lo cual representa una prueba para nuestra fe, porque nos gustaría ver directamente a Dios, con nuestros propios ojos, sin ningún tipo de intermediario. Pero Dios nos pide ese acto de fe: actuó a través del hombre Jesús, débil y colgado en una cruz. Ya antes había actuado por hombres como Abraham (pagano y polígamo), Moisés, Isaías, Elías, etc.

Dios ha querido que tengamos necesidad de pasar por un ministro humano para ser bautizados, perdonados, evangelizados y alimentados con la Eucaristía.

Eso pone a prueba nuestra fe. Pero evita que nos apeguemos a un hombre. En realidad es Cristo quien bautiza, quien perdona, quien se nos da en alimento en la Eucaristía. El ministro es solo un cauce indigno, a través del cual Cristo llega hasta nosotros. Y Cristo nunca nos falla. El cauce con frecuencia está sucio o roto.

Recemos mucho por todos los elegidos para el ministerio.

Cuando los medios de comunicación denuncian los pecados de los sacerdotes o religiosos se lo agradecemos. “Pero -dicen algunos- ¿por qué no se meten con otros colectivos?” Debe ser porque, en definitiva, no tienen puesta la misma confianza y esperanza en esos otros colectivos como sí la tienen en los ministros católicos. Nadie se extraña que otros colectivos se corrompan, pero incluso los periodistas ateos no pueden soportar que la Iglesia se corrompa.

Porque, aun de manera inconsciente, saben que si la iglesia católica se corrompe no queda nada. En este mundo no quedaría ningún referente, no queda ninguna autoridad moral. Todos están interesados en que la iglesia católica permanezca fiel.

Sabemos que los medios a veces exageran (y a veces han calumniado), pero eso no importa. Allá ellos con su conciencia. No importa, porque incluso un solo caso de abuso es demasiado. Las denuncias nos purifican. Escandalizan, pero nos purifican. Alejan a muchos de la Iglesia, pero nos purifican. Doy las gracias a los medios, también si son anti-católicos, porque con sus denuncias nos ayudan a purificarnos.
Tenemos que volver a la disciplina religiosa. El espíritu del mundo está demasiado metido en la iglesia, en las comunidades religiosas, en los seminarios, en los grupos católicos. Tenemos que ser más radicales, más exigentes, más vigilantes. Tenemos que ser más orantes y más sacrificados. Más fieles y más santos.

Lo que está sucediendo es vergonzoso. No podemos fingir que no pasa nada. No podemos encogernos de hombros o mirar para otro lado. Tenemos que dar la cara. El papa Francisco acaba de reconocer que están fracasando las medidas que hasta ahora se han implementado. No han sido suficientes. Pues hay que intensificar dichas medidas.

La causa puede estar en la carencia de ese encuentro personal con Jesucristo vivo que es propio del bautizado, de aquel que ha muerto con Cristo al hombre viejo y ha re-nacido a una vida nueva, diferente.

El demonio trabaja, el mundo está corrompido, y nosotros somos débiles. Que nadie crea que no puede caer.

Quien nos ha seducido a nosotros es el Señor. Porque hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Porque es imposible conocerle y no amarle, es imposible amarle y no seguirle. Para nosotros es un imperativo la santidad y no la mediocridad o la tibieza o la superficialidad espiritual.


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