Foto por: Satya Tiwari En América Latina la mayoría de las jóvenes todavía miran hacia su futuro matrimonio y hacia la maternidad con ilusión. Pero, en otros países occidentales, alguien ha calculado que las jóvenes sienten que pierden un 30% de independencia si se comprometen con una pareja; y si tienen hijos pierden el otro 70% de independencia. Por eso muchas jóvenes ya no se casan ni quieren tener hijos.

Prefieren la independencia. Esta tendencia crece entre nosotros también hoy, impulsada por cierta corriente feminista extrema.

Las feministas extremas defienden ideas como estas:

El matrimonio y los embarazos dificultan el desarrollo de la mujer y le impiden ocupar el papel que le corresponde en la sociedad. La fertilidad debe ser controlada por todos los medios, sin excluir el aborto. El matrimonio, el embarazo y la maternidad niegan a las mujeres una participación igualitaria en los papeles directivos, económicos y sociales, y en el uso del tiempo libre. Hay que liberar las relaciones sexuales de las responsabilidades del matrimonio y de la maternidad.

La maternidad se presenta como un obstáculo al desarrollo de la mujer, pues lo importante es disponer de muchos ingresos y poder comprar muchas cosas, mientras que tener hijos supone ganar menos y tener menos para consumir.

 Algunas establecen que el amor maternal no es universal e innato, sino construido por nuestra sociedad y nuestra cultura.

Parece, entonces, que el valor supremo es la “independencia” personal, por encima del matrimonio, la maternidad y la familia.

Surge así la siguiente pregunta: ¿No habrá un valor superior a la independencia, de manera que las personas estén dispuestas a casarse y tener hijos, aun a costa de perder cuotas de independencia? ¿Cuál será ese valor superior?

Ese valor existe y se llama amor. Vale la pena perder cuotas de independencia para entregar la vida por alguien a quien se ama de verdad. Las madres lo entienden. El amor es el bien supremo. El amor justifica no sólo perder independencia, sino también el sacrificarse por la persona amada.

La paternidad y la maternidad humanas son realidades sagradas porque tienen como modelo la paternidad y maternidad de Dios. Dios es amor y, por eso es Padre y Madre. Y Dios mismo ha querido que los padres y madres colaboren en su obra creadora de transmitir la vida a otros seres humanos. Los padres y las madres son capaces de dar vida a un ser semejante a ellos, no solamente “hueso de sus huesos y carne de su carne” sino también imagen y semejanza de Dios. Darán vida a una persona. Esta es la misión más sublime que puede ejercer un ser humano sobre la tierra: Ser colaborador de Dios Creador en dar vida a otro ser humano.

La maternidad, en particular, goza de una dignidad especial (incluso por encima de la paternidad). El recién nacido, lo primero que ve al abrir sus ojos a este mundo es el rostro de su madre que le sonríe. Y lo primero que siente es el calor de sus labios que lo besan, sus brazos que lo abrazan y de su pecho que lo alimenta.

Toda mamá, cuando contempla a su bebé recién nacido, es consciente de que la criatura que tiene entre sus brazos es algo más grande que lo que ella misma y su esposo son capaces de hacer. Veamos cómo se expresa una madre en la Biblia: “Yo no sé cómo aparecieron ustedes en mis entrañas, ni fui yo quien les regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno” (2Macabeos 7,22-23).

Esta acogida que la madre da a su hijo recién nacido, hace surgir un apego, e infunde en el bebé la confianza básica para entrar en la nueva realidad desconocida que es el mundo en el que se nace y que de otra forma parecería hostil, comparado con la seguridad del útero materno. 

La sonrisa y las caricias de la madre, signos de cariño sincero y amor desinteresado, hacen que el niño se sienta bienvenido, confiado y esperanzado.

Esta experiencia fundamental hace posible que, más tarde, el niño pueda captar la idea de Dios. El niño, cuando se le hable de Dios, pensará: “Dios es algo así como mi mamá, pero más grande”. Qué responsabilidad más hermosa para la madre. Humanamente no hay nada que realice tan plenamente a una mujer como la maternidad.

Si falta esta experiencia básica del amor maternal inicial, la vida del recién nacido queda truncada, no sólo física y sicológicamente, sino también religiosamente, ¿Cómo podrá hacerse una idea del amor de Dios?. Qué difícil es sustituir el amor de una madre. 

Si años más tarde en la vida llega a faltar la madre o el padre, el joven ya tiene recursos para defenderse por sí mismo y enfrentar la vida. Pero para el recién nacido la madre lo es todo.

El amor de la madre es el más puro y verdadero porque es desinteresado y sacrificado. Constituye la más grande y hermosa reserva de amor en el mundo. Porque el amor verdadero parece ser una especie en peligro de extinción.

Mamás, no permitan que el amor se extinga en el mundo.

 

 Las jóvenes sienten que pierden

un 30% de independencia

si se comprometen con una pareja;

y si tienen hijos pierden

el otro 70% de independencia.

AMPLÍA EL TEMA:

La pizarra de Domingo

Explora las causas por las cuales las parejas deciden
no tener hijos desde el punto de vista de un periodista especializado
en economía en las sociedades actuales.


Mira el vídeo aquí:
Por qué no tenemos niños:
una respuesta incómoda que nadie quiere admitir.

https://youtu.be/_hxXLqKYgpo
Parte 2
https://youtu.be/m3arRAdtSH0

 

 

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