Ilustración por Alexandra Haynak Debo confesar que el problema de “sexo y género” nunca me ha gustado. Lo considero, en buena parte, un pseudo-problema; un problema artificial de personas y grupos muy particulares; problema de una sociedad desquiciada. Me parece más “ideología” que ciencia.

He llegado a decir que las “feministas” son las peores enemigas de la mujer. Y les reclamo: dejen que las mujeres sean “mujeres”, con sus gustos en el vestir y el adornarse, con su amor por las flores y los bebés; no les fabriquen problemas que no sienten, complejos ficticios.

Mi experiencia de jovencito no incluyó tal problema de género. He tenido gran cantidad de tías y tíos, de primas y primos y, recientemente, de sobrinas y sobrinos... Eran parejas muy serenas. Mi hermano y su esposa rebasaron los cincuenta años de matrimonio, felices y enamorados hasta el final. Mi hermana y su esposo rebasaron los sesenta años de matrimonio, e igualmente unidísimos hasta la muerte. Igual los demás. Los maridos eran orgullosos trabajadores; las mujeres eran excelentes administradoras de la casa, educadoras de hijos y nietos, auténticas ‘reinas’ del hogar, respetadísimas. No existían celos, sospechas, reproches, imposiciones. Nada de sentirse sujetas, sumisas, esclavas de maridos machistas, déspotas, prepotentes. Ni asomo de infidelidades, mensajitos, celos ni amantes. Y todo eso no por imposiciones jurídicas, éticas o religiosas, sino porque se casaban por auténtico amor: amor entre ellos, amor a los hijos, amor a su tarea, amor a su casa.

La sociedad era serena; las familias eran serenas, dedicadas al trabajo y a la educación de los hijos. Si había algún enojo entre esposos era debido a un vaso de vino más de lo debido; si había algún disgusto entre familias, se debía a no ver respetados los límites de su terreno. Totalmente ausentes supuestos problemas de sexo o de género. El varón era varón, y la mujer era mujer, contentos con lo que era cada uno, dedicados cada uno a su respectiva misión, y felices de estar con su pareja.

¿Cuándo y por qué se desquició la sociedad? ¿Por qué se suscitaron problemas que no existían o, si existían, se resolvían privadamente, sin dramas? Se pasó de una cultura donde el sexo era tabú a una cultura sexista, a un ambiente sexista, a una explosión de sexismo, a la aparición repentina de gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, transgéneros..., exigiendo derechos y libertades. ¿Es natural todo eso o tiene mucho de artificial, de ideológico, de exhibicionista, incluso de comercial? Véase el fenómeno de la pornografía en todas sus formas, verdadera pandemia, baile de millones. Véanse los desfiles en el “día del orgullo gay”: ¿y por qué “orgullo”?, ¿por qué no viven su tendencia sexual con tranquilidad y respeto?

Como se ve, si hay problemas no se trata de conflictos de sexo o género, sino de salud social, de educación familiar, de formación personal, de ubicación existencial.

Es un hecho que las personas nacemos diferentes: diferentes en grado de salud, en inteligencia, en temperamento, en gusto artístico, en sensibilidad moral...; no estamos hechos en molde. Y eso, lejos de ser problema, es una ventaja: aprendemos de los otros, nos ayudamos, nos afinamos; tendemos hacia un standard. También en la vivencia sexual hay diferencias, se experimentan diversas tendencias. Pero no hay que absolutizar esas diferencias; hay que controlarlas, educarlas; tender, también en esto, a un cierto standard, a un cierto normal. Pero ¿es que existe lo normal en el tema de la sexualidad? ¡Sí! Veamos, reflexionemos.

Es indiscutible que la vida en el planeta está orientada a su conservación, a su reproducción. En las formas superiores de vida esa reproducción se realiza a través de la bisexualidad, ‘macho y hembra’, con una especial atracción entre ellos. En la especie humana esa bisexualidad se llama ‘varón y mujer’, dos formas de ser ‘humano’, iguales en dignidad; y su atracción se llama ‘amor’, y ese amor recíproco perdura aun después de la reproducción (por lo que, en el lenguaje cristiano, se dice que el matrimonio tiene dos fines: el apoyo mutuo de los esposos y la procreación; la mutua ayuda y la apertura a la vida son inseparables). Para realizar esa doble tarea cada uno de los dos sexos trae especiales órganos y funciones en su ‘cuerpo’, y especiales disposiciones psicológicas y afectivas en su ‘alma’. Órganos y disposiciones que son complementarios. Ahora bien, la reproducción no se obtiene sino por lo que aporta el varón y lo que aporta la mujer; ambos son necesarios. Luego el varón o se decide por la mujer o decide hacer su vida en el celibato, dedicado a tantas actividades nobles. Igualmente la mujer. No tiene cabida, pues, unirse el hombre con el hombre, ni la mujer con la mujer.

Acabo de usar los términos ‘cuerpo y alma’. Propiamente no habría que hablar de cuerpo ni de alma. Son abstracciones; lo real, lo que existe realmente es el todo humano, el individuo, la persona. En la historia las diversas filosofías han hablado de cuerpo y alma, reduciendo a veces el hombre a cuerpo, a veces a alma, y a veces a un antipático dualismo. Pero la persona no se reconoce en ninguna de esas teorías; se siente uno, se siente “yo”, una sola realidad, muy rica y misteriosa. Entonces ¿por qué en la producción literaria se enfatiza el “cuerpo” de la mujer? ¿Por qué no hablar de la “mujer”, de la totalidad de la mujer, de la maravillosa riqueza de la mujer? La mujer es bella, es buena, es cariñosa, intuitiva, responsable, servicial, tenaz... ¿Por qué despojarla de toda esa riqueza? Aquellas feministas se presentaron desnudas en una iglesia de Moscú, en una universidad de Madrid, en la plaza de San Pedro en Roma gritando con tono de desafío “¡Ni madre ni virgen!” Entonces ¿qué les queda?

Una cosa más. ¿Por qué hacer diferencia entre “sexo” y “género”, es decir, entre lo que la mujer trae por su biología y lo que el ambiente y la cultura van haciendo de ella?; ¿por qué no guardar armonía entre los dos factores?; ¿no estamos dotados de discernimiento y libertad para asimilar lo bueno y desechar lo dañino?

Y además, ¡cuidado! El fácil desprecio de la “naturaleza” (en este caso de la biología) es peligroso. La naturaleza es sabia y, si se la contradice, suele vengarse.

El feminismo en 5 minutos

Agustín Laje explica en 5 minutos cómo el feminismo llegó a convertirse en el hembrismo que odia al varón.
Agustín Laje ofrece una explicación condensada del desarrollo ideológico del feminismo desde el Renacimiento hasta nuestros días. El politólogo argentino, azote del progresismo en Hispanoamérica, denuncia la deriva del feminismo hasta el hembrismo cuyo motor sólo es el odio hacia el varón.

Facebook le ha suspendido la cuenta coincidiendo con las manifestaciones LGTBI de cada verano, sus publicaciones son objeto de censura, insulto y ataque y es señalado permanentemente por la prensa de su país y los grupos feministas, desde los más especulativos a los más violentos.

Video Agustin Laje


Ver video: https://youtu.be/09n8P4pL5b8

 

 

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