M. Zacharzewski Cuando cayó la muralla de Berlín, hubo fiesta en el mundo entero. La fiesta duró poco, pues otras murallas comenzaron a surgir: frontera sur de Estados Unidos, Israel. Otras murallas legales se erigieron: ley Arizona (que tiende a extenderse a otros estados), redadas antigitanos en Francia. Añádase al coctel el racismo, abierto o latente, que comienza a tomar fuerza en casi todos los países ricos.

Ser extranjero pobre se está convirtiendo en una maldición. Se le necesita, pero no se le quiere. Se le explota, pero se le margina. Abierta o sutilmente, el mensaje es cruel: no te queremos aquí, vete a tu tierra, eres nuestra vergüenza.

Pero la oleada de inmigrantes es imparable. Mientras haya un mundo de riqueza concentrada frente a miles de millones de desesperados, la fuerza magnética de la necesidad empujará a las masas humanas en una sola dirección: sobrevivir en los países de la abundancia. Es la versión actual de la parábola del rico epulón y el miserable Lázaro.

En este número del Boletín Salesiano abordamos este triste tema de la inmigración visto desde las víctimas. Es decir, dejamos a un lado las dimensiones políticas, económicas o sociales del fenómeno migratorio para visibilizar el aspecto humano: el dolor de quienes se atreven a emprender el calvario hacia un mundo mejor y la humillación sufrida, cuando llegan allá, si es que llegan allá.

Proponemos brevemente algunas perspectivas del magisterio de la iglesia sobre el tema: fraternidad universal, valores multiculturales, amor al prójimo, dignidad de toda persona humana, opción de la iglesia por los más pequeños.

Aunque no aparece expresada la acción salesiana, de hecho tanto en los países de paso como en aquellos de destino final, los salesianos están cada vez más involucrados en la atención al migrante, sobre todo si es joven. Las obras educativas salesianas en Estados Unidos y en Europa son cada vez más acogedoras de esta población desamparada.

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