camino Estamos invitados a redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez mas clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo.

La Iglesia en su conjunto y en ella sus pastores, como Cristo, han de ponerse en camino par rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud.

Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús.

Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitido fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos.

Los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida.
La fe crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Los creyentes se fortalecen creyendo.
La adhesión al Evangelio debe ser consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo.

El camino de fe comprende tres dimensiones:
1. Confesión de la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza.
2. Celebración de la fe en la liturgia y, de modo particular, en la Eucaristía.
3. Testimonio de la fe mediante una vida creíble.

La fe implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este “estar con él” nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree.

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