100 2255 La llamada a una nueva evangelización es cada vez más insistente y proviene de las altas esferas eclesiásticas. Se está volviendo la expresión de moda, con el consiguiente riesgo de que, de tanto usarla, pierda mordiente y quede reducida a una expresión trillada.

Moda aparte, se trata de revitalizar la fe como tarea pastoral central hoy. Nos estamos volviendo débiles. El problema no se centra en las masas que se alejan de la Iglesia. El problema somos nosotros los que nos quedamos dentro.

 

Como la historieta de la avestruz que hunde su cabeza en la arena para no ver el peligro que se le echa encima, nosotros corremos el riesgo de cerrar nuestros ojos a los drásticos cambios que están ocurriendo a nuestro alrededor. Y así seguimos cultivando la pastoral de siempre, de espaldas a los cambios sísmicos que se desarrollan en el mundo de hoy.

El ateísmo es uno de los datos más serios de nuestro tiempo, reconocía el Vaticano II. Las grandes ideologías, que definían a las poblaciones hasta hace poco, han quedado fragmentadas en mil pedazos. La resultante es un indiferentismo religioso muy peligroso.

 

Domina una mentalidad racional, instrumental y técnica que canaliza los intereses de la gente hacia el éxito económico y el consumismo, como metas mezquinas y, a la larga, empobrecedoras.

 

Por otra parte, se da una desilusión creciente hacia la iglesia. La gente busca saciar su hambre de espiritualidad, pero con frecuencia encuentra piedras en vez de panes: celebraciones litúrgicas insípidas, predicación moralística, catequesis infantilizadas, pastores afanados en problemas organizativos, fieles sin garra misionera. 

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