TM2 Don Bosco sabía ver. La vida en Dios le permitía ver un poco como Dios ve. Ahora bien, Dios no ve primero las apariencias, el brillo engañoso del éxito financiero y social, sino que ve primero lo recóndito de las personas.

 

Don Bosco supo mirar la realidad profunda de la sociedad en la que vivía y el corazón de los jóvenes que le rodeaban. Su corazón de pobre vibraba entonces con la pobreza. Eso es lo que está en el origen de su audacia pedagógica. Cuando tantos sacerdotes de su tiempo permanecen encerrados y ciegos en su torre de marfil, Don Bosco, en cambio, ve. ¿Y qué ve?

En el plano colectivo, ve una sociedad que explota, sobre todo a los niños y jóvenes. Italia del Norte se está industrializando. Millares de adolescentes huyen del campo para intentar ganarse la vida. Los que encuentran trabajo en las obras son explotados, sin ninguna garantía, sin contrato de trabajo. Pero la mayoría, en paro y analfabetos, vagan por los arrabales de Turín, y acabarán siendo futuros delincuentes. El corazón de Don Bosco se conmueve, lo que le llevará a decir: “Prometo a Dios que mi vida será, hasta mi último aliento, para mis pobres muchachos”.

 

En el plano individual, Don Bosco adivina enseguida los peligros, los grandes problemas de los adolescentes a quienes acoge. La adolescencia es la edad de los momentos de duda, de hipocresía, incluso de agujero negro. Son bastante frecuentes los suicidios de jóvenes. Observemos a Don Bosco en un patio de recreo: ahí está acompañando al joven, animando, invitando al diálogo, aminorando la crudeza del problema con una palabra de humor; su sentido de la pobreza le lleva a privilegiar su acción entre los menos favorecidos, los que no tienen muchas cualidades, los que están llenos de problemas, los que nunca llegarán a destacar en nada. Y cuando le sucede estar presente entre jóvenes privilegiados por la cultura y la inteligencia, aprovecha para tratar de inculcarles la preocupación por los “más desgraciados”, y para hacer de ellos personas dispuestas a colaborar en su tarea educativa.

 

Ser educador es, pues, en primer lugar, saber y mirar con el corazón. ¿Qué mirada dirigimos sobre el mundo de los jóvenes de hoy, sobre nuestros hijos? ¿Una mirada miedosa, desanimada, o una mirada de personas que vibran con todas las riquezas potenciales de estos adolescentes?

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