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Todavía quedan por allí resabios de aquellos modelos educativos severos, rígidos, con cierto aliento militar. Todavía piensan algunos en que educar jóvenes es uniformarlos desde fuera a base de presión autoritaria. Todavía hay quien suspira por una educación en que se moldea la personalidad del joven, entendiendo por molde un diseño predeterminado en que el joven debe entrar “a puro tubo”.

 

Es increíble que Don Bosco, hace siglo y medio, intuyera un modelo educativo revolucionario que sigue sorprendiendo y desconcertando a muchos. “A los jóvenes hay que darles amplia libertad para saltar, correr, gritar”. Este slogan salesiano chocaría con la mentalidad de muchos que conciben la educación como un universo rígido, serio, “ordenado”.

Poner la alegría al centro de la educación sigue sonando a herejía pedagógica. Para Don Bosco la alegría era esencial en el arte de ayudar a un joven a crecer hacia la edad adulta.

 

La alegría no está reñida con el trabajo, la responsabilidad, la disciplina internalizada. Más bien, la alegría estimula todas esas dimensiones esenciales para que un joven madure. 

 

Por eso, Don Bosco pensó  su obra educativa como un ambiente de familia donde reinara la confianza, la espontaneidad, la relación amistosa educador-educando. Su proyecto era estimular el crecimiento interno del joven, no simplemente conseguir un orden externo.

 

De aquí que Don Bosco apuntara a lo más íntimo del joven: su corazón. “La educación es asunto del corazón”. Si el educador salesiano logra que el corazón del joven se abra, entonces se podrá comenzar una labor educativa de largo alcance.

 

Alegría, fiesta, deporte, arte son elementos esenciales en el proyecto educativo salesiano. Y religión. Pero no una religión aburrida, árida. También la vivencia religiosa podía vestirse de fiesta y atraer el corazón del joven hacia los valores más altos del ser humano: la experiencia de ser amado por Dios, que lo lance a una proyección de servicio a los demás.

 

Don Bosco quería a sus muchachos felices. Aquí y en la eternidad. De allí su insistencia en inculcarles el enriquecimiento espiritual y moral como camino espléndido para una vida plena.

 

Don Bosco educador tiene mucho que enseñarnos hoy. Nuestros muchachos se dejan encandilar por la alegría barata: sexo, drogas, licor. Eso los aliena y los empuja a la frustración y al egoísmo, dejándolos en la aridez de una vida mezquina.

Alegría como celebración de la vida, despertar de energías, impulso para transformar el mundo en un espacio más humano. En fin, “honrados ciudadanos y buenos cristianos.”

 

Heriberto Herrera

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