rivasj004 Hace unos días me hicieron la siguiente pregunta: ¿En qué medida la espiritualidad salesiana ha enriquecido tu vida? Y la primera respuesta que surgió en mi mente fue: La espiritualidad salesiana ha provocado un vuelco total en mi vida.

Cuando empecé a recorrer los caminos de la vida salesiana, me di cuenta de que Don Bosco vivió y nos transmitió, por inspiración de Dios, un estilo original de vivir y de actuar llamado Espíritu Salesiano. Es un modo de ser, una actitud permanente, una forma de actuar, una perspectiva original desde donde se ve y se interpreta la realidad. Quedé fascinado con la forma de ser de Don Bosco, y sin dudarlo decidí también ser como él.

El Espíritu Salesiano me hizo descubrir que tengo tres grandes amores: Dios, mis hermanos salesianos y los jóvenes.

Dios es mi Rey, es mi Padre y tiene la primacía absoluta. Nada hay más importante que Él. Él es la razón por la cual yo existo. Él me pensó, quiso que existiera, me eligió para ser suyo, y me envió a educar y evangelizar a los jóvenes. Por eso procuro cultivar cada día una íntima unión con Él, pues me doy cuenta de que sin Él no puedo hacer nada.

Contemplar a Jesús me hace ser sensible a ciertas características de su personalidad. Me impresiona verlo confiar en los seres humanos, al punto de elegir a algunos de sus seguidores para ser apóstoles. Él confía también en mí, incluso más que yo mismo. Cuando veo a Jesús predicando y revelando quién es Dios, me doy cuenta de que lo hace con palabras sencillas, se sirve de imágenes como el sembrador, el pastor, un tesoro, el grano de mostaza, los niños, una casa construida sobre roca. Todas son imágenes cotidianas para comunicar realidades divinas. Esto me motiva y me recuerda que yo también debo ser claro y sencillo en mis predicaciones, charlas o conferencias.

 

Mi segundo gran amor es mi comunidad. Diariamente trato de caer en la cuenta de que Dios me dio esos hermanos sacerdotes y coadjutores para que los ame, para servirles. Es verdad, a veces tenemos ciertas diferencias y no siempre estamos de acuerdo en todo, pero eso no significa que dejaré de hablarles o me caerán mal solo porque no piensan igual que yo. Lógicamente, con algunos me llevo mejor que con otros. A algunos los considero grandes amigos, les confío mis dificultades, mis tristezas, les pido algún consejo, celebro con ellos mis alegrías y triunfos. Nos apoyamos mutuamente en nuestras actividades apostólicas. Actualmente estoy trabajando en una casa de formación de futuros sacerdotes, y procuro darles buen ejemplo creando un clima de fraterna amistad. Cuando veo algunos sacerdotes y hermanos de edad avanzada, me conmuevo profundamente porque los veo viejitos, cansados, gastados a causa de todo el trabajo que han hecho por Dios, por la Iglesia, por los jóvenes. Me inspiran, me infunden muchas ganas de llegar a ser como ellos, poder llegar al final de la vida y decirle al Señor: Somos siervos. Sólo hicimos lo que teníamos que hacer.

 

El Espíritu Salesiano me ha hecho más atento a la realidad de los jóvenes, ser más sensible a sus sufrimientos, a sus inquietudes, a sus anhelos y proyectos. Siento un dolor profundo al ver jóvenes desorientados, sin un sentido claro de la vida, o aquellos que pudren sus vidas en las maras. He consolado jóvenes que lloran a causa de sus conflictos familiares, sus fracasos académicos, sus esclavitudes causadas por vicios o por el mal uso de su sexualidad. He acompañado a varios en su búsqueda desesperada de un empleo digno.

 

También he tenido la oportunidad de descubrir que muchos de ellos tienen un gran deseo de vivir con coherencia su vida cristiana y me piden ser su director espiritual o su confesor fijo. Conozco a muchos que se entregan generosamente en las actividades de Iglesia colaborando como catequistas o animadores de comunidades juveniles. He celebrado sus misas de quince años. Los he acompañado en sus graduaciones del colegio o de la universidad. Los he podido confortar en sus lutos así como también los he preparado a celebrar los sacramentos.

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