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A Don Bosco le tocó convivir con varios santos en la ciudad de Turín. Profesores suyos, amigos, bienhechores serían posteriormente canonizados. Es un detalle histórico impresionante esa proliferación de santos en ese tiempo y lugar.

Sin embargo casi la totalidad de ellos son figuras sacerdotales: Juan Bosco, José Cafasso, Leonardo Murialdo, Luis Orione. Pareciera que el clero monopolizaba la santidad.

Por eso, sorprende el hecho de que Don Bosco se saliera de los cánones de santidad aceptados y propusiera con valor el camino de la santidad a muchachos de barrio. Logró joyas refulgentes de santidad como Domingo Savio, Miguel Magone, Francisco Besucco, Miguel Rúa, Felipe Rinaldi, Augusto Czartoryski…

Más de medio siglo después de la muerte de Don Bosco, el Concilio Vaticano II abrió puertas y ventanas a todos los miembros de la Iglesia para entusiasmarlos por la santidad como vocación ordinaria. 

Por eso, al menos teóricamente, vemos el tema de la santidad como una meta al alcance de todo bautizado. Juan Pablo II, con sus numerosas canonizaciones rompió el esquema de que la santidad era un coto cerrado exclusivo para un grupo privilegiado.


Volviendo al tiempo de Don Bosco, es de admirar su audacia apostólica al entusiasmar a sus numerosos muchachos, provenientes de las clases humildes, a emprender con alegría el camino de la santidad.

 

“Aquí hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres”, dirá con cierta ingenuidad Domingo Savio a un compañero recién llegado al Oratorio. Es que la santidad juvenil era el humus vital que alimentaba la vida diaria y concreta de ese enjambre llamado Oratorio de Valdocco.

Pero nadie da lo que no tiene. Si Don Bosco entusiasmaba a sus muchachos hacia la santidad, es porque de él emanaba una santidad contagiosa. No se trataba de entusiasmos pasajeros, sino de una tendencia sostenida alimentada por múltiples factores.

 

Eucarística, confesión frecuente, devoción a María fortalecían el alma de esos muchachos para concentrar sus energías en el estudio, el trabajo, la vida en grupo y el servicio recíproco. Y, como brote festivo, el clima de familia y de alegría desbordante.

 

De este modo, la santidad austera reservada para personas raras, pasaba a ser el estilo ordinario de vida de centenares de jóvenes alrededor de Don Bosco.

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