presentacion217 Don Bosco fue criticado en su tiempo por las muchas prácticas de piedad para sus muchachos. Esa crítica no le hizo cambiar su proyecto educativo. Educar a sus jóvenes a la oración era para él una prioridad indiscutible.

Hay en el ambiente muchos prejuicios sobre la oración: es tarea de las mujeres, es aburrido, es perder tiempo…

Una confusión generalizada identifica oración con decir oraciones. Los “rezadores” son la caricatura de una persona de oración. Su hemorragia de palabras deforma el sentido profundo de la oración, reduciéndola a verborrea mecánica.

“Señor, enséñanos a orar”. Los discípulos querían aprender de Jesús el arte de orar. Lo veían orar con frecuencia y por largas horas.

Se aprende a orar. Don Bosco logró despertar en sus jóvenes alejados de Dios el gusto por la oración. El primer maestro para orar es el Espíritu Santo que habita en nuestros corazones.
Para orar se requiere de una disciplina personal. Necesitamos adquirir una rutina saludable de oración, un programa mínimo a seguir. Dejar la oración para cuando se tenga ganas es el camino más fácil para nunca crecer en oración.

Disciplina personal. Defino mi tiempo de oración. Acondiciono mi mente y corazón con el silencio exterior e interior, asumo una postura de respeto ante la majestad de Dios, tomo conciencia de la presencia de mi Padre que me ama.

Orar ante el Padre es estar con él. Talvez no necesite palabras ni fórmulas aprendidas, ni nada que decirle. O tal vez tenga que manifestarle con confianza mis urgencias. ¿Por qué no felicitar a Dios por las maravillas que hace en mi pequeña historia personal? O reflexionar ante él sobre las agitaciones de nuestro pequeño mundo o de la comunidad universal.

Orar es saludable. Sentir la presencia activa y amorosa de nuestro Padre nos purifica, nos reconcilia, nos sana. Nos fortalece para llevar adelante la rutina pesada de cada día. Celebrar con él nuestra vida, con sus luces y sombras, hace crecer nuestra confianza y serenidad ante la vida.

A lo largo de los siglos la iglesia ha ido atesorando formas de oración de sabor universal. En primer lugar, la celebración eucarística, que es el corazón de la Iglesia y el manantial de nueva vida. La liturgia de las horas es una forma de oración nacida en los monasterios y que afortunadamente comienzan a cultivarla numerosos laicos. La lectio divina es otro gran descubrimiento de nuestro tiempo. Devociones como el rosario y la adoración eucarística son redescubiertas como caminos de oración personal o grupal.

Es impensable una vida cristiana sólida sin una base fuerte de oración personal y comunitaria.

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