markhayes A mis seis años tuve una crisis de salud: me sangró mucho la nariz, bajé de peso. Mis papás me dieron muchas vitaminas y comencé a engordar.

Todos decían que estaba sano y lindo porque era gordito. Hasta mi adolescencia fui rellenito. Cuando estaba terminando el colegio hice varios intentos exitosos para bajar de peso. Dejaba de comer o comía la mitad de lo que me servían. Por un tiempo se me quitó el hambre. En mi primer trabajo comencé a engordar de nuevo porque era sedentario. Hacía dietas, que no funcionaban porque las abandonaba.

A los 27 años alcancé las 360 libras. Estaba muy mal económicamente y algunos médicos me dijeron que el estrés me había llevado al sobrepeso. A veces no comía en todo el día, solo hacia un tiempo exageradamente fuerte o compraba casi siempre comida chatarra. La cena era lo peor: seis alitas de pollo, dos huevos, frijoles, queso frito, crema, ocho panes y un pan dulce grande.

Cuando dormía, mi esposa se preocupaba porque escuchaba como que me ahogara. Al moverme en la cama mi corazón se aceleraba como si hubiera corrido.

La ropa no me quedaba, estaba siempre cansado, no aguantaba jugar con mis hijos. Me veía muy mal en el espejo. En una ocasión noté cómo mi esposa se apenaba al presentarme a sus amigos, y yo me sentía una piltrafa. Me dolía el pensar que quizás ya no le gustaba a mi esposa.

Entonces comencé a disminuir la cantidad de comida. Con tres pasos me cansaba, pero comencé a caminar quince minutos al día. No bajé de peso, pero paré de engordar.

El doctor me diagnosticó obesidad mórbida. Nunca olvidaré lo que me dijo: “Si quieres durar diez años para tus hijos, tienes que hacer algo ya”. Sueño con durar al menos treinta años para mis hijos.
Esas palabras cambiaron mi vida. Ese día cambié radicalmente mi dieta: mucha fruta, verduras y asados. Poco después me inscribí en un gimnasio.

En tres meses la bajada de peso fue notoria. Al inicio fue muy duro: de tanto sudar me escaldaba y sangraba, a veces llegaba a casa llorando de dolor. Mi esposa me decía que lo tomara con calma. Ese primer año bajé cien libras.

No he tomado ningún suplemento o medicina para bajar de peso. Ha sido una historia de superación personal.
Al ver el resultado comencé a caminar de mi casa al gimnasio, a correr en un parque cercano. Mi día normal comienza a las 4:30 am: preparar a los niños para llevarlos a la guardería, luego al trabajo. En la tarde, lo mismo. Me levantaba a las 3:30 am para hacer ejercicio en mi casa. Por la tarde iba a correr. Mi esposa me apoyó.

Cambié del todo mi estilo de vida. Sigo bajando de peso: 150 libras en estos tres años. Ahora peso 210 libras y mi peso ideal es 190. El ejercicio eliminó mi ansiedad. En año y medio no he tenido ninguna enfermedad.

La comida ya no es una adicción, me siento relajado, no sufro por la comida chatarra, cuando me invitan como lo necesario.

Ahora soy un héroe para mis hijos. Les he demostrado que uno puede proponerse lo que quiera y lograrlo. Juego mucho con mis hijos. Cuando veo mis fotos de años atrás me siento orgulloso de mí. Mis compañeros de trabajo me felicitan.

Cuando era gordito decía: así soy feliz. Era mentira, ahora soy feliz.

Compartir