Quien se opone al aborto queda tildado de machista. En el foro mundial el tema del aborto es hoy un asunto candente. Movimientos feministas luchan a capa y espada por el derecho de la mujer a interrumpir el embarazo.


Esa exigencia se colorea con los tintes de liberación femenina.

Se acude a argumentos como que la mujer tiene el derecho a decidir sobre su propio cuerpo. Así, quien se opone al aborto queda tildado de machista. O se minimiza el asunto al considerar el feto como un puñado de células sin mayor trascendencia.

Por otro lado, poderosas agencias internacionales impulsan políticas proabortistas para limitar el crecimiento de la población en los países pobres. En términos crudos, se busca reducir la pobreza eliminando a los pobres.

Además, existe el oscuro negocio de la explotación de embriones humanos con fines industriales. Embriones humanos comercializados en gran escala para fabricar productos de belleza femenina o alimenticios, o usados en laboratorios de investigación. Un negocio con resonancias de las aberrantes fábricas de jabón hecho de judíos asesinados por el régimen nazi.

Los partidarios de estos enfoques utilitaristas tachan a los defensores de la vida humana como retrógrados, esclavizadores de la mujer.

Los defensores del aborto han procurado cubrir su naturaleza criminal mediante terminología confusa o evasiva, ocultando el asesinato con jerga como “interrupción voluntaria del embarazo” o bajo conceptos como “derecho a decidir” o “derecho a la salud reproductiva”. Ninguno de estas expresiones, sin embargo, puede ocultar el hecho de que el aborto es un infanticidio.

Cuando una mujer decide abortar, no está decidiendo sobre su cuerpo o sobre su vida, sino sobre la vida y el cuerpo de su hijo no nato, a quien no le ha pedido su opinión ni su permiso para matarlo.

El punto crucial de este choque frontal de visiones es bastante simple: el feto ¿es una cosa o una persona?

Si lo reducimos a una cosa, desaparecen las inquietudes éticas. Es como extirpar un tumor.

Si se admite que es un ser humano, una persona, entonces es sujeto de derechos, del primordial derecho a la vida. Y los derechos se respetan.

Cuando se habla de «aborto sí» o «aborto no», se toma en cuenta los derechos de una sola de las partes. Con mucha facilidad se olvida de la otra persona que la mujer lleva dentro.

El embrión humano no se equipara a un producto de fábrica. En esta se descarta los productos defectuosos. La persona humana, en cambio, vale como tal, no importando si es más o menos perfecta según cánones sociales del momento. ¿Quién decide y con qué criterios cuándo un embrión deba ser descartado porque su vida futura no vale la pena?

La vida de cada individuo es un proceso ininterrumpido y continuo desde la concepción hasta la muerte. Desde su concepción, el ser humano posee todas sus características genéticas individuales y únicas.

La Iglesia Católica siempre ha condenado el aborto por tratarse del homicidio directo de una persona inocente. El feto es un ser humano. Reprobamos el asesinato de un niño; en consecuencia, es inadmisible asesinar a un ser humano en el vientre materno.

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Iglesia católica y aborto

La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida.

La cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana.

La Iglesia no pretende restringir el ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido, el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad.

El derecho inalienable de todo individuo humano inocente a la vida constituye un elemento constitutivo de la sociedad civil y de su legislación.

Puesto que debe ser tratado como una persona desde la concepción, el embrión deberá ser defendido en su integridad, cuidado y atendido médicamente en la medida de lo posible, como todo otro ser humano.

Catecismo de la Iglesia Católica

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