Como David contra Goliat, estamos enfrascados en una lucha de proporciones casi épicas. Fuerzas poderosas se han alineado contra la vida humana en sus fases más débiles: el embrión humano, el enfermo, el pobre y el anciano.
Una visión egocéntrica y mezquina se empeña en eliminar a estas franjas humanas apelando a toda una ideología justificadora. El argumento de fondo es colocado en la libertad humana y el derecho a elegir. Es decir, tendríamos el derecho a decidir si un bebé nace o no, si a un enfermo se le aplica la eutanasia, si se planifica la densidad poblacional mediante esterilizaciones masivas.
Tales políticas, abiertas o encubiertas, son promovidas desde las sociedades de bienestar económico y van dirigidas preferentemente a los países empobrecidos. Es el poderoso prepotente que se ceba sobre el pobre inerme. Es la cultura del descarte: se elimina a las personas no productivas como una carga económica incómoda.
Hoy enfocamos el tema del aborto desde la óptica de la defensa de la vida. La vida humana debe ser respetada, no importando su condición más o menos perfecta. La vida humana es sagrada, es don de Dios. Y al hombre le toca cuidarla y defenderla con respeto y reverencia.
La ideología promotora del aborto se esfuerza en justificar la aniquilación de un embrión humano envolviendo tal proyecto en un lenguaje a primera vista atractivo: la mujer tiene el derecho de disponer de su propio cuerpo. Pero el feto no es una cosa sino una persona con derechos.
La iglesia considera la vida humana como venida de Dios, por tanto sagrada. Suprimirla injustificadamente será siempre un crimen.
“He venido para que tengan vida abundante”, dice Jesús. Él, que se definió a sí mismo como la Vida, nos da la gracia iluminadora de ver en el débil e indefenso a un hijo de Dios de primera categoría.
Como salesianos educadores, nos toca luchar contra corriente. Ayudar a los jóvenes a percibir el valor inmenso de la vida, propia y ajena. Y, como Don Bosco, consagrar nuestras mejores energías para humanizar a los niños y jóvenes que se encuentran en la orilla de la vida.
Heriberto Herrera