presentacion Había un tiempo en que en nuestros pequeños países centroamericanos la población se volcaba en masa para asistir absortos a los tradicionales desfiles militares y se llenaban la boca con exclamaciones de asombrado orgullo ante el paso de tanques, ametralladoras, cañones y cuanto artilugio bélico podía mostrar el respectivo gobierno.

 

Era esa una casi caricatura de lo que sucede a escala mundial. Los gobiernos y naciones poderosas se hinchan de orgullo al exponer su poderío militar. Lo que para alguien sensato sería motivo de escalofrío ante las aterradoras consecuencias de una posible guerra en gran escala, para muchos esas paradas militares siguen inflando el orgullo patrio. “Somos grandes porque tenemos la capacidad de aplastar a millones de enemigos”.

Hay algo diabólico en esa exaltación prepotente que produce en el ser humano el tener un arma en la mano. El cine nos lo confirma. Íntimamente soñamos con ser Rambo y poder poner patas arriba a quienquiera que se nos ponga en frente. Los jóvenes pandilleros de nuestras ciudades alardean de su poderío que descansa en la pistola visible o encubierta. Un jovencito cualquiera puede empuñar una ametralladora ante una pantalla electrónica y descargar toda su adrenalina asesinando sin parar a enemigos virtuales.

Lo más triste son las escalofriantes montañas de dinero que produce la industria armamentística. Industria estimulada por países ricos y estables, que fomentan guerras tontas en países empobrecidos para chupar sus míseros recursos económicos. Países pobres altamente endeudados que invierten en armas lo que podría ser destinado a educación, salud y bienestar de los ciudadanos.

En nuestro pequeño mundo centroamericano el intenso tráfico clandestino de armas está asociado con el contrabando de la droga, la corrupción de las autoridades y la violencia mortal.

Urge una cultura de paz, una propuesta educativa en valores humanos y cristianos.

 

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