Hamza Butt Al inicio de 1853 Don Bosco comienza a publicar una colección importante en su pensamiento editorial, Las Lecturas Católicas.

En esa época, ya se estaban publicando colecciones de libros promocionadas por obispos, que solían consistir en pequeños opúsculos sobre religión, política, moral, etc., que combatían las ideas protestantes o de los grupos políticos contrarios al pensamiento de la Iglesia católica.

En esta línea aparecen las Lecturas Católicas, pensadas para un público bien preciso: artesanos, campesinos y los jóvenes de clases populares de la ciudad y del campo. Con este tipo de publicación, Don Bosco ve que puede conseguir mejores resultados que con un periódico.

Se trata de libros de bolsillo que, en cuanto al contenido, tratarían de temas religiosos y amenos, con la mirada puesta en la formación religiosa y moral de los lectores. El esquema seguido, en muchos de los números – especialmente los primeros-, suele ser un diálogo entre un padre y sus hijos, sobre los temas tratados. Muchos de los protagonistas son jóvenes que dejando el campo marchan a la ciudad y allí, lejos del control de la familia, abandonan las prácticas de piedad, los sacramentos y las costumbres aprendidas en casa.

Las Lecturas Católicas abundan, más que en consejos moralísticos, en testimonios, narraciones de ejemplos a imitar de jóvenes que actuaron de forma correcta. Las vidas de sus alumnos Domingo Savio, Miguel Magone o Francisco Besucco se inscriben en esta línea.

Don Bosco logra implicar a obispos, párrocos, otros protectores que apoyan los sucesivos números. De cada uno de los volúmenes se hacían unos 3,000 ejemplares al inicio pero, a partir de 1870, se imprimen 15,000, algunos con varias ediciones. Por ejemplo, de marzo a diciembre de 1859 se imprimieron 82,500 ejemplares, de diez números.

En 1860 Don Bosco obtiene un breve pontificio, que incluye en las Lecturas Católicas y hace imprimir en carteles, en el que el papa elogia el trabajo de Don Bosco a favor de los jóvenes, todo lo que se realiza en el oratorio, y “el empeño por la buena prensa” y animaba a la difusión de las Lecturas Católicas. Una buena manera de hacerse publicidad.

Aunque participaban otros clérigos, en las Lecturas Católicas Don Bosco se siente el único propietario y director. Así explica en 1862, cuando empieza a imprimir los folletos en la tipografía del Oratorio, que él ha confeccionado “el programa, he comenzado la impresión, la he seguido siempre, las he corregido con la máxima diligencia, cada fascículo fue compuesto por mí y redactado al estilo correcto. Yo he sido siempre responsable de cuanto se imprimió, hice viajes, escribí e hice escribir propaganda sobre ellas. La opinión pública y el mismo Santo Padre me consideran como autor de las Lecturas Católicas”. Y es que el genio de Don Bosco, en el campo de la comunicación, no se arredra ante los problemas. Viendo las dificultades que le ponen en otras imprentas, decide crear su propia tipografía en el oratorio. Así tiene el control de todo el proceso de producción de los libros.

Con las Lecturas Católicas, Don Bosco quería también combatir el protestantismo que se difundía por el norte de Italia, y sufrió ataques físicos de grupos contra los que escribía, y tuvo que tomar precauciones en este sentido.

Entre 1853 y 1888 se publicaron 432 fascículos, de los que don Bosco es autor de 70. Según cálculos aproximados, en los primeros 50 años el total de volúmenes impresos superó 1,200,000 ejemplares. Para superar el problema de la distribución, Don Bosco se sirvió de las estructuras eclesiásticas; se sirvió de corresponsales, encargados de recoger las suscripciones. Las Lecturas Católicas constituyen el núcleo central y más importante de la actividad editorial de Don Bosco.

 

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