En el mundo juvenil exige creer en ellos Quienes nos ocupamos de la educación de los jóvenes –padres de familia, educadores, pastores- necesitamos cultivar una visión positiva hacia esta franja de la humanidad llena de promesas. Partir de una visión negativa sobre ellos echaría por tierra cualquier esfuerzo educativo espiritual. Calificarlos de consumistas, irresponsables, volubles, desinteresados de la espiritualidad nos pone en el carril equivocado para un acercamiento positivo hacia ellos.

Bajo una aparente rudeza juvenil se esconde alguien lleno de sueños, capaz de heroísmo, hambriento de Dios, necesitado de figuras de referencia cercanas, creíbles, coherentes y honestas. Un educador-pastor capaz de “leer” el alma juvenil podrá impulsarla a alturas insospechadas de riqueza humana y cristiana, a condición de que asuma el rol de servidor y no pretenda imponer un modelo de vida ya elaborado.

Cierto que navegar en el mundo juvenil exige al adulto buena dosis de sabiduría y paciencia, humildad y afecto, generosidad y creer en ellos. En caso contrario, los jóvenes percibirán instintivamente la desconfianza del adulto y su interés manipulador. Y la relación se truncará.

El joven desea ser protagonista en la promoción del cambio del mundo en que le toca vivir. Pero así como sus sueños pueden ser generosos, también cae con facilidad en la pasividad y el egoísmo. La entrega generosa a proyectos exigentes puede alternarse fácilmente con la falta de confianza en sí mismo o el replegarse en el cultivo de su propia imagen.

A los adultos nos cuesta creer en las capacidades de los jóvenes, y preferimos poner de relieve sus fragilidades o no hacemos el esfuerzo por entender sus exigencias.

Educar jóvenes no significa imponerles nuestras propias elecciones. El equilibrio entre ser padres ausentes o padres hiperprotectores no se alcanza con facilidad. Ambas posturas extremas hacen a los hijos más frágiles. En el primer caso, se subestiman los riesgos; en el segundo caso, se cae en la obsesión con el miedo a equivocarse.

Además de la necesidad de encontrar adultos maduros, los jóvenes tienen un fuerte deseo de relacionarse con amigos de su edad. La tarea de educarlos incluye los ambientes favorables para la interacción libre, la expresión afectiva, el aprendizaje informal. Necesitan experimentar roles y habilidades en un clima sereno.

Los jóvenes a menudo nutren desconfianza, indiferencia o indignación hacia las instituciones, tanto políticas como educativas o religiosas. Su desconfianza hacia la Iglesia los lleva con frecuencia a una espiritualidad alternativa y poco institucional como las sectas o cultos exóticos.

Las actuales generaciones adultas se criaron en un mundo estable, definido. Los cambios, si se daban, eran lentos y poco profundos. La vida transcurría en un proceso bastante predecible. La generaciones jóvenes viven en un contexto de cambio permanente en el que la novedad es lo normal. El cambio es veloz en todos los ámbitos de la existencia.

Nuevas tecnologías aparecen y desaparecen porque otras más nuevas las desplazan. Las redes sociales han abierto multitud de canales de interacción al alcance de cualquiera. La información, veraz o falsificada, fluye incontenible. Todo se vuelve provisorio, desechable, incluyendo esferas más íntimas como el amor, la sexualidad, la lealtad, la religión.

El joven se enfrenta a un mundo inseguro, impredecible. Las decisiones son provisorias, de corto alcance. Es inimaginable pensar en decisiones definitivas o duraderas. Se trata de experiencias de usar y tirar. La tradición se vuelve obsoleta.

Bella tarea la de acompañar a los jóvenes en su proceso de maduración. Los salesianos contamos con preciosos elementos de apoyo derivados de Don Bosco.

 

Compartir