Quince años. Situación familiar complicada. Papá ausente. Me invitan a un encuentro de jóvenes: allí cambió mi vida. Encuentro a Dios, pero el vacío de la ausencia de mi padre continúa vivo.

Me aconsejan hablar con un salesiano. Fue un enorme regalo de Dios. Los diálogos con él transformaron poco a poco mi vida. Más que sus palabras, disfrutaba de que alguien me escuchaba y me comprendía. Con su ternura me ayudó a entender las miles de veces que me había equivocado y las mejores decisiones de mi vida.

El padre Eduardo Castro llegó a ser el papá que añoraba. Ese viejito tan valiente ha sido mi abuelo, mi padre, mi amigo, un verdadero salesiano.
Daniela Hernández,
Centro Salesiano Santo Domingo Savio, Costa Rica

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