Catholic Link Hablamos de redes sociales y corremos el riesgo de pensarlas como instrumentos para transmitir información. Estas nuevas tecnologías, ya no tan nuevas, van más allá. Más que instrumentos, son comunicación en sí mismas.

Con ellas se genera un nuevo modo de aprender y de pensar, abriendo oportunidades para establecer relaciones y construir lazos de comunión.

No son instrumentos neutros. Su incidencia es profunda en las personas y en la humanidad entera. De aquí que el cristiano responsable las asume con sensibilidad ética. Si se usan con sabiduría, ofrecen un aporte válido a la aspiración profunda por el deseo de sentido, de verdad y de unidad propios del ser humano.

Transmitir información en el mundo va más allá de un intercambio de datos. Es influir en una red social mediante intercambios personales.

Las nuevas tecnologías de la comunicación, usadas responsablemente, potencian el acto de comunicar fortaleciendo el diálogo, el intercambio, la solidaridad y la creación de relaciones positivas.

La comunicación digital puede también empobrecerse si la utilizamos para una comunicación parcializada, o destinada a construirnos una cierta imagen propia autocomplaciente.

El estilo cristiano de presencia en el mundo digital se debe caracterizar por una comunicación franca y abierta, responsable y respetuosa del otro.

Comunicar el evangelio a través de los nuevos medios no solo significa poner contenidos abiertamente religiosos en las plataformas de los diversos medios. Se debe dar testimonio coherente en el propio perfil digital y en el modo de comunicar preferencias, opciones y juicios que sean profundamente concordes con el Evangelio, incluso cuando no se hable explícitamente de él.

Hemos de tomar conciencia de que el valor de la verdad que deseamos compartir no se basa en la “popularidad” o la cantidad de atención que provoca (“likes”).

Debemos dar a conocer el mensaje del Evangelio en su integridad, más que intentar hacerlo aceptable, quizá desvirtuándolo. Debe transformarse en alimento cotidiano y no en atracción de un momento.

La verdad del Evangelio no puede ser objeto de consumo ni de disfrute superficial, sino un don que pide una respuesta libre.

La verdad del Evangelio, aún cuando se proclama en el espacio virtual de la red, está llamada siempre a encarnarse en el mundo real y en relación con los rostros concretos de los hermanos y hermanas con quienes compartimos la vida cotidiana. Por eso, siguen siendo fundamentales las relaciones humanas directas en la transmisión de la fe.

Los cristianos debemos unirnos con confianza y creatividad responsable a la red de relaciones que la era digital ha hecho posible, no simplemente para satisfacer el deseo de estar presentes, sino porque esta red es parte integrante de la vida humana.

La proclamación del Evangelio supone una forma de comunicación respetuosa y discreta, que incita el corazón y mueve la conciencia; una forma que evoca el estilo de Jesús resucitado cuando se hizo compañero de camino de los discípulos de Emaús, a quienes mediante su cercanía condujo gradualmente a la comprensión del misterio, dialogando con ellos, tratando con delicadeza que manifestaran lo que tenían en el corazón.

La Verdad, que es Cristo, es en definitiva la respuesta plena y auténtica a ese deseo humano de relación, de comunión y de sentido, que se manifiesta también en la participación masiva en las diversas redes sociales.
Los creyentes, dando testimonio de sus más profundas convicciones, ofrecen una valiosa aportación, para que la red no sea un instrumento que reduce las personas a categorías, que intenta manipularlas emotivamente o que permite a los poderosos monopolizar las opiniones de los demás.

Adaptación del mensaje de Benedicto XVI sobre la comunicación social.


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