Oscar Bennett Es un hecho ya obvio que internet es un poderoso medio de contacto. Pero no se reduce a su dimensión tecnológica. Ni tampoco a habilidades de quien maneja esa tecnología.

Internet es ya parte integrante fluida de la vida cotidiana. Somos una red de conexiones vitales. La vida es una red: parientes, amigos, vecinos, compañeros de trabajo. Personas de ámbitos diversos se conectan con nosotros: religión, política, negocios, deporte... Esta multiplicidad de redes hoy se expresan con la tecnología. Una tecnología que nos fascina y supera.

El ser humano es un cúmulo de deseos profundos. El deseo de conocimiento y de relaciones está siempre presente. Esas necesidades y relaciones nos constituyen como personas.

No hay que confundir ambiente digital con ambiente virtual. El ambiente digital es un ambiente real, pues forma parte de nuestra realidad cotidiana.

Tampoco hay que confundir ambiente físico con ambiente auténtico. Creer que lo físico es auténtico y lo digital no tanto puede desequilibrar nuestra concepción de la realidad. Una relación física no siempre es auténtica. Una relación del corazón es auténtica. El ambiente digital debe ser auténtico. Es entonces cuando entra la responsabilidad humana.

La red no es un instrumento de evangelización, sino un ambiente de evangelización, un lugar donde se vive el evangelio. Es un ambiente de vida cristiana. Allí nos toca construir relaciones como parte del tejido social, como aspiración del corazón.

A nosotros nos toca vivir plena y responsablemente en esas dos dimensiones: la física y la virtual. Sin miedos.

Puede que nos asuste la marea de maldad que circula por internet. Hasta puede dejar la impresión de que se entra a un manicomio. Pero debe ser también una tecnología orientada a la espiritualidad. No es que la iglesia debe estar a la cabeza con la última actualización tecnológica.

La iglesia debe ayudar a que internet responda al plan de Dios. Hacer accesible el misterio, tocar lo sagrado. El acento no va en las habilidades técnicas sino en la misión. La tecnología de la comunicación debe satisfacer la necesidad de sentido, aclarar el contexto en que se mueve la fe, la humanidad. A través de ella se puede y se debe influir sobre el modo de pensar y vivir.

Hay entonces que pensar un nuevo modo de evangelizar en la red. No tanto ofrecer respuestas a preguntas no formuladas, cuanto proponer preguntas que estimulen la búsqueda del sentido de la vida y la búsqueda de Dios. A ejemplo del papa Francisco, tan hábil en formular preguntas para que sus oyentes busquen las respuestas. De hecho, el evangelio no es una colección de respuestas, sino que contiene todas las preguntas del hombre.

Añádase a esto la necesidad humana de disfrutar. Las redes sociales pueden ser un vehículo maravilloso para el disfrute de la belleza de Dios, de la fe, de la oración. Esta es una dimensión estética que se ha de cultivar con esmero en nuestras páginas religiosas, evitando una sensiblería religiosa barata que puede hacer más daño que bien.


Compartir