Foto por: Exelobaiza La pasión por buscar la verdad, la maravilla ante la belleza del Señor, la capacidad de compartir y el gozo de la proclamación siguen vivos hoy en el corazón de muchos jóvenes que son miembros vivos de la Iglesia.

Por lo tanto, no se trata de hacer algo “por ellos”, sino de vivir en comunión “con ellos”, crecer juntos en la comprensión del Evangelio y en la búsqueda de las formas más auténticas para vivir y ser testigos.

La participación responsable de los jóvenes en la vida de la Iglesia no es opcional, sino una necesidad de vida bautismal y un elemento indispensable para la vida de cada comunidad.

Los esfuerzos y la fragilidad de los jóvenes nos ayudan a ser mejores, sus preguntas nos desafían, sus dudas nos desafían sobre la calidad de nuestra fe. Incluso sus críticas son necesarias.

 

La juventud de Jesús

Cristo santificó la juventud por el solo hecho de haber vivido. La narrativa bíblica presenta solo un episodio de la juventud de Jesús, que se vivió sin clamor, en la simplicidad y diligencia de Nazaret, para ser reconocido como “el carpintero” y “el hijo del carpintero” .

Al contemplar su vida, podemos captar mejor la bendición de la juventud: Jesús tenía una confianza incondicional en el Padre, cuidó de la amistad con sus discípulos e incluso en momentos de crisis se mantuvo fiel a ella.

Expresó profunda compasión hacia los más débiles, especialmente los pobres, los enfermos, los pecadores y los excluidos.

Tuvo el coraje de enfrentarse a las autoridades religiosas y políticas de su tiempo. Tuvo la experiencia de sentirse malentendido y descartado.
Experimentó el miedo al sufrimiento y conoció la fragilidad de la Pasión.
Dirigió su mirada hacia el futuro, confiándose a las manos seguras del Padre y al poder del Espíritu.

En Jesús, todos los jóvenes pueden encontrarse a sí mismos, con sus temores y sus esperanzas, sus incertidumbres y sus sueños, y pueden confiarse a él.

 

Iglesia participativa y corresponsable

Avanzar hacia una Iglesia participativa y corresponsable capaz de aumentar la riqueza de la variedad de la que está compuesta, recibiendo con gratitud la contribución de fieles laicos, incluidos jóvenes y mujeres, la de la vida consagrada de mujeres y hombres, y la de grupos, asociaciones y movimientos.
Nadie debe ser puesto a un lado. Esta es la manera de evitar el clericalismo, que excluye a muchos de los procesos de toma de decisiones.

Que se haga efectiva y ordinaria la participación activa de los jóvenes en los lugares de corresponsabilidad de la Iglesia.

 

 

 
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