Mita La periferia es ese territorio que está más allá de lo conocido, situado en las fronteras del mapa, lejos del centro de gravedad. Salir de sí para ir a las periferias requiere la audacia de penetrar en territorios arriesgados donde uno no sabe exactamente lo que se va a encontrar.

Periferias del mundo es una expresión que tiene un sentido estrictamente físico, geográfico. El papa Francisco se refiere con ella a esos ámbitos y territorios del mundo donde se sufre, donde el dolor y la indignación se manifiestan con gran intensidad. Nos referimos a esas áreas del planeta castigadas por las guerras, los genocidios, el hambre, la sequía, las dictaduras, el desastre ecológico, la violencia o la droga con sus consecuencias dramáticas que sobre todo afectan a los grupos más vulnerables de la sociedad, entre ellos, los niños y los jóvenes.

Periferias de la existencia es, también, una de las expresiones que más eco ha tenido del magisterio del papa Francisco. No son lugares; tampoco son territorios físicos. Son etapas de la existencia, episodios de sufrimiento, de soledad y de desesperación que todo ser humano puede vivir a lo largo de su decurso vital. Nadie está a salvo, porque la fragilidad es consustancial a la persona humana.

La vida humana no es un continuum, tampoco es algo completamente previsible. Todo lo contrario. La novedad siempre está al acecho. Acaecen situaciones y episodios que uno no había imaginado, se cruzan circunstancias límite que ponen en crisis todas las convicciones y toda esperanza. Adviene la enfermedad, la crisis de fe, la frustración laboral, la ingratitud, el dolor, la traición y la infidelidad.

El cristiano, está llamado a salir de sí mismo, a transitar por las periferias de la existencia, para estar presente en esas circunstancias donde todo se viene abajo, donde cruje y uno se abandona a la desesperanza. En tales periferias de la existencia, está llamado a ser luz y fuente de esperanza.

Nadie desea ubicarse en las periferias de la existencia. Todo el mundo prefiere permanecer en el centro, donde todo está bajo control, donde todo fluye de manera rutinaria. Precisamente la Iglesia se siente llamado a hacerse presente no solo de un modo superficial, sino con la voluntad de arraigar, de quedarse, de transformar esa realidad. Para ello es fundamental la dinámica de encarnación, con todos los riesgos que ello supone.

Sin embargo, la función de la Iglesia es la de ser madre y maestra, ser fuente de consolación y de curación en estas circunstancias periféricas. Justamente en las periferias de la existencia es donde es más necesario que nunca el lenguaje de la esperanza, pero también donde es más difícil articularlo dada la fractura en la que se vive.

Las periferias de la existencia son, también, las situaciones límite: el dolor, la enfermedad, el fracaso, el desamor, la culpa, la frustración, la muerte propia y la muerte de un ser amado. Cuando uno sufre una circunstancia de este tipo, se viene abajo, se caotiza su existencia y se produce una ruptura de los roles habituales, de las rutinas cotidianas. Entonces es cuando necesita, más que nunca, la ayuda de los demás, el apoyo incondicional, el consuelo sin fiscalización, en definitiva, un hospital de campaña para curar sus heridas. La iglesia está llamada a ser este hospital de campaña que se instala, provisionalmente, donde están las periferias de la existencia, para aliviar el dolor, sanar el alma e inocular esperanza.

Nadie desea estar en las periferias del mundo y, sin embargo, el planeta está poblado de estas áreas de sufrimiento. En esos ámbitos es más necesaria que en ningún otro lugar, la esperanza y la consolación. La iglesia en salida tiene una doble función. Por un lado, debe curar y aliviar, pero, además, debe transmitir el mensaje liberador y esperanzado del Evangelio.

Forma parte de la responsabilidad de las instituciones educativas dar a conocer estas periferias del mundo para que los ciudadanos más jóvenes sean conscientes de ello y no sucumban a la globalización de la indiferencia. Es fundamental luchar contra la ignorancia, contra la delincuencia y contra la marginación con las armas de la educación para evitar la reproducción de más periferias del mundo.

Estamos llamados, todos, laicos, religiosos, presbíteros, a ser y a vivir estar misión que es el camino de santidad, un camino que no está vetado a nadie, que cada cual puede transitar desde su condición, con sus recursos, talentos y energía vital, pero que solo puede culminar si es sostenido, a cada instante, por Dios.

 

 

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