Sal de tí mismo Salida de sí expresa un movimiento, o mejor todavía, una actitud frente a la vida, un modo de ser y de estar en el mundo. Consiste en descentrarse, en olvidarse de uno mismo, del propio mundo personal para abrirse al mundo del otro. No significa, en ningún caso, la negación de la propia identidad, sino la superación de la autorreferencialidad y del narcisismo.

Salir de sí constituye un movimiento tanto en el sentido físico como en el sentido espiritual del término. No solo significa desplazarse a otro lugar, conocer otra tierra, prestar atención a una nueva geografía, a un nuevo lenguaje, sino también ser capaz de ahondar en otras categorías intelectuales, en otro universo lingüístico y espiritual, en definitiva, penetrar en otro marco referencial. Este movimiento es intrínseco al espíritu de la misión.

Uno sale de sí mismo cuando es capaz de adoptar la forma de recipiente y se deja interrogar, cuestionar y aleccionar por la realidad que le circunda. El cristiano está llamado a salir de sí mismo, a negar su ego, tal como se expresa en el Evangelio y a entregarse a su prójimo. La cerrazón individual tiene como consecuencia la pobreza espiritual y la claustrofobia existencial.

Así, pues, la salida de sí, evoca una doble actitud. Por un lado, denota voluntad de conocer lo que está más allá del yo y de su mundo (sentimientos, pensamientos, recuerdos, anhelos, problemas, ilusiones), pero, por otro, evoca la voluntad de comunicar lo que uno cree en esa nueva realidad. La salida de sí no posee una función turística, no responde a la mera curiosidad intelectual. No se trata de salir de sí mismo porque uno esté harto de lo que es, cansado de su propio terruño y necesite consumir novedades para llenar de sentido su existencia.

La salida de sí, posee otro fin: revelar lo que uno cree, irradiar a Cristo en el mundo, ser instrumento de pacificación, pero ello sólo es posible, si uno tiene la audacia de salir del cerco que conoce, del territorio que domina y que controla y asume el riesgo de fracasar, de ser herido y ridiculizado.

En efecto, la audacia es la virtud indispensable para realizar este movimiento y se opone radicalmente a la pusilanimidad. El pusilánime tiene tanto temor a fracasar, a quebrarse, a ser herido, que prefiere no salir de su propio mundo, de sus representaciones mentales. Vive en una pequeña burbuja intelectual, protegido, a cobijo, pero desconoce la novedad radical de Dios, porque prefiere instalarse en una imagen acomodaticia de Dios que él mismo se ha forjado.

Escribe el Papa Francisco: “Dios nos supera infinitamente, siempre es una sorpresa y no somos nosotros los que decidimos en qué circunstancia histórica encontrarlo, ya que no depende de nosotros determinar el tiempo y el lugar del encuentro. Quien lo tiene todo claro y seguro pretende dominar la trascendencia de Dios” (GE, 41).

Salir de sí, pero, ¿para qué? Salir para anunciar, para sanar, para consolar, para enseñar. Esto significa salir, a pesar de no ser bien recibido. Este movimiento está constantemente referido en la historia de la salvación.

Los personajes bíblicos salen de su entorno, de su situación, obedecen la llamada de Dios que les impela al movimiento de salida. Es el caso paradigmático de Moisés. El patriarca ausculta una voz que le convoca a salir, con su pueblo, de la tierra de Egipto.

 

 

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