Estilo salesiano Si llegamos a ser santos, lo tenemos todo. Si no nos hacemos santos, lo perdemos todo. La santidad como meta y la invitación insistente y conmovedora a alcanzarla, es también el gran mensaje de Don Bosco, el eje alrededor del cual gira toda su propuesta espiritual y su testimonio de vida. Esta santidad de Don Bosco es sencilla y simpática pero robusta, y así la comunica y contagia.



Domingo Savio llegó a decir: «Yo debo y quiero ser todo del Señor y quiero hacerme santo y seré infeliz mientras no sea santo». En esa afirmación resuena mucho -si no todo- lo que Don Bosco había sabido comunicarle, como, por ejemplo lo dicho en aquel sermón: «Es voluntad de Dios que nos hagamos todos santos; es muy fácil lograrlo; hay un gran premio preparado en el cielo para quien se hace santo; es fácil hacerse santos». Aquella predicación encendió en Domingo Savio todo su corazón en amor de Dios.

La sabiduría pedagógica y espiritual de Don Bosco le sugería a Domingo Savio fidelidad a la vida de oración, al estudio y a sus deberes bien hechos, así como asiduidad a la recreación (y, podemos decir, a toda la dimensión de la vida de relación).

Al fundar la Sociedad de San Francisco de Sales, y después el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora (junto con Madre Mazzarello, cofundadora), Don Bosco se propone como primer objetivo, hasta el día de hoy, la santificación de sus miembros.

En esta escuela de nueva y atrayente espiritualidad apostólica, Don Bosco lee el Evangelio con una originalidad pedagógica y pastoral: una síntesis nueva y equilibrada, armónica y orgánica, a su estilo, de los elementos comunes a la santidad cristiana, donde las virtudes y los medios de santificación tienen un lugar propio, una dosificación, simetría y belleza que los caracteriza.

 

 

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