Madre en auxilio La autodonación es la verdadera vía de santidad. El proceso de autodonación exige superar una cadena de barreras invisibles.


No se presenta como un itinerario fácil, sino más bien como una subida.

A pesar de que la teleología del don está inscrita en cada ente, desde el más ínfimo hasta el más complejo de la escala de los seres, el ser humano se halla con una serie de obstáculos para liberar el don.

La vía de la autodonación que proponemos aquí choca, frontalmente, con las propuestas que reinan en el imaginario colectivo, en el cual la felicidad se concibe como la obtención de placer, la culminación de un deseo, o bien como el confort o el bienestar material, pero raramente se vincula a la práctica de la donación.

Es necesario constatar que estos modos de concebir la felicidad humana causan un verdadero mal al espíritu, pues cuando uno adquiere el placer que supuestamente le daría la felicidad o el confort que debía garantizarle tal felicidad, experimenta un profundo vacío y se percata que la felicidad está en otra parte.

Somos don y estamos hechos para el don. Nos ha sido dada una naturaleza y sentimos, desde la vocación originaria, la llamada a dar lo que somos, pero esta llamada choca con un obstáculo fundamental: el ego. El ego no es un don, ni una realidad tangible, tampoco es algo que tenga entidad en sí mismo. Es una tendencia, un vector, una fuerza que se opone al movimiento de la autodonación, como una especie de resistencia fundamental, atávica, que priva el proceso de donación gratuita.

Para ahondar esta noción de autodonación es clave subrayar la perspectiva de Don Bosco. San Juan Bosco emplea el binomio trabajo y templanza para iluminar la cuestión.

Con la palabra trabajo se refiere a la donación, esto es, a la práctica de darse, a través de la acción. Es la dimensión visible del acto de autodonación. Con la palabra templanza se refiere a la ascesis interior, al ejercicio de trascendencia del ego que exige, necesariamente, el acto de donarse. Ambos elementos nos configuran al Cristo.

La verdadera espiritualidad es autodonación, es apertura que trasciende la tendencia egocéntrica. Ello nos exige discernir a cada momento qué debemos hacer. Escribe el Papa Francisco: El discernimiento no es un autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos”.

 

 

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