padres de familia Don Bosco tuvo como mamá y primera maestra a Margarita Occhiena, una simple campesina sin estudio alguno, menos aún teológicos, pero con la inteligencia del corazón y la obediencia de la fe.



Santa Teresita del Niño Jesús solía decir que, cuando era pequeña, no comprendía mucho de lo que decía el sacerdote, pero le era suficiente mirar el rostro de su papá Luis para comprenderlo.

Ninguna de ellos pensaron seguramente en ser santos, y tampoco se habrán dado cuenta del influjo que ejercían sobre las personas que les estaban cerca, con su sencilla actitud ordinaria.

La presencia de estas personas simples y determinantes, de estos «santos de la puerta de al lado» - como los llama Papa Francisco -, nos recuerda que en la vida lo importante es vivir la santidad, no tanto llegar a ser reconocidos como tales, algún día. Los mismos santos canonizados beben de la santidad humilde del pueblo de Dios.

La historia de la Iglesia está muy marcada por innumerables mujeres y hombres que, con su fe, con su caridad y con su propia vida han sido como faros que han iluminado y siguen iluminando a muchas generaciones a lo largo de los años, incluso de los siglos. Ellos son testimonio vivo de cómo la fuerza del Resucitado ha llegado en sus vidas hasta el punto al que llegó san Pablo, afirmando: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gál, 2,20).

Existe también la santidad anónima, la que no llegará nunca a los altares, que es la expresión de una vida no perfecta, pero que, en medio de las imperfecciones y las caídas, ha seguido adelante y ha agradado al Señor. Es la santidad de la propia madre, de una abuela o de otras personas cercanas; la santidad de la pareja que hace un hermoso camino de crecimiento en su amor; de esos padres que crecen, maduran y se donan generosamente a sus hijos, a menudo con sacrificios que nunca se sabrán. Hombres y mujeres que trabajan duramente para llevar el pan a casa; enfermos que viven su enfermedad con paz y en espíritu de fe y comunión con el Jesús doliente; religiosas ya ancianas, con una vida donada, desgastada, que conservan la sonrisa y la esperanza...

En todas las épocas de la historia de la Iglesia y en todas las latitudes ha habido y hay santos de todas las edades, de todos los estados de vida y muy distintos entre sí. Todo esto lo encontramos en el modo en que tantas personas han encarnado el camino cristiano en su vida. Algunos pueden pareacer ‘pequeños’ y otros grandes, pero todos en un camino que atrae y fascina.

 

 

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