BCHR 244 Don Bosco no dio un paso ni pronunció palabra ni acometió empresa que no tuviera por objetivo la salvación de la juventud. Lo único que realmente le interesó fueron almas. Nunca se echó atrás ante las situaciones de pobreza más desafiantes, comenzando por las cárceles de Turín, donde Don Cafasso lo había empujado a entrar para aprender a ser sacerdote.

Nunca dejó de proponer las metas más altas de crecimiento espiritual a todos, tanto a Miguel Magone como a Domingo Savio, adaptándose al camino de cada uno. Dicho con palabras actuales: imitando la paciencia de Dios acogemos a los jóvenes tal como se encuentra el desarrollo de su libertad.

Sorprende la modernidad de este enfoque pastoral, que sabe caminar al lado de cada joven, incluso los más probados, y encontrar allí el buen terreno para la semilla del Evangelio, sin proselitismos y sin miedos.

Dice el papa Francisco: Sería un grave error pensar que en la pastoral juvenil el anuncio del evangelio es abandonado en pos de una formación supuestamente más ‘sólida’. Nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese anuncio. La pastoral juvenil debe incluir siempre momentos que ayuden a renovar y profundizar la experiencia personal del amor de Dios y de Jesucristo vivo. Lo hará con diversos recursos: testimonios, canciones, momentos de adoración, espacios de reflexión espiritual con la Sagrada Escritura, e incluso con diversos estímulos a través de las redes sociales. Pero jamás debe sustituirse esta experiencia gozosa de encuentro con el Señor por una suerte de adoctrinamiento.

Echemos un vistazo al mundo juvenil en su conjunto: los rapidísimos cambios que viajan a la velocidad digital crean una diversidad formidable de culturas, de acercamiento a la vida en su conjunto, con una brecha entre generaciones que tal vez nunca haya sido tan profunda en relación con épocas anteriores. ¿No es el mundo de los que han nacido después del año 2000 una tierra aún por evangelizar? Las generaciones de las redes sociales, y mucho más los jóvenes de este milenio nacidos con internet, están esperando a los que puedan llevarlos por primera vez la luz y la fuerza del Evangelio, en su lenguaje.

“¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?” (Is 6,8). Estas antiguas palabras de Isaías no podrían ser más modernas si pensamos en los labios de toda la comunidad eclesial que se dirige a nosotros, la Familia Salesiana, como aquellos que, por carisma, por don del Espíritu, nacieron para ser especialistas en el encuentro con los jóvenes, listos para estar con ellos tal como son y donde están, incluso en la diversidad de credos religiosos. Echarse para atrás en este desafío misionero es como salirse de la Familia Salesiana, del espíritu que Don Bosco nos ha transmitido.

Pero no confundir el primer anuncio con algo mínimo, reductivo, tan inocuo que casi no deje rastro ni señal de sí mismo.
Cuando se llega a la experiencia personal del amor de Dios y de Jesucristo vivo, con frecuencia los jóvenes mismos se convierten en misioneros y evangelizadores de quienes los acompañan, porque piden un testimonio y comparten la vida de una fe auténtica y profunda.

En este camino hay un campo fascinante y exigente: hacer de la ‘catequesis’ no solo una serie de reuniones para niños y jóvenes sin las cuales no se les otorga el acceso a la primera comunión o confirmación. Catequesis es crecer en la comprensión de la vida iluminada por la fe.

El crecimiento en la fe solo puede suceder estando juntos: cuanto más intenso sea el camino espiritual del que acompaña, más lo será también el de los jóvenes y de la gente, que, más por ósmosis que por procesos lógicos, tenderán a seguir sus pasos. A su vez, será el camino de su pueblo el que empujará al que acompaña, como pastor, a crecer más y más, a acercarse a la fuente para responder a la sed de los que le piden, a menudo sin palabras, ser ayudados en su encuentro con el Señor.

Dedicar mi profesión y mi vida a los jóvenes en situaciones de vulnerabilidad

Dedicar mi profesión y mi vida a los jóvenes en situaciones de vulnerabilidad El 28 de septiembre de 2014 llegué por primera vez a una casa salesiana, ahora un hogar para mí. Un lugar donde encontré el sentido de mi juventud. Gracias a las experiencias vividas ahí, también descubrí adónde quiero llegar. Mi vida se llenó de responsabilidades y compromisos a los que di el mejor “sí” que a mis 22 años he dado. A los jóvenes no se nos dice que, para tener grandes responsabilidades, no se necesita ser adultos. Las misiones más grandes son dadas a los más pequeños. Recuerden a Domingo Savio.

Al cumplir mis compromisos encontré a mis mejores amigas, me acerqué más a mis hermanos, descubrí que quería dedicar mi profesión y mi vida a los jóvenes en situaciones de vulnerabilidad. En los más desfavorecidos encontré el sentido de ser una joven católica, mujer, hija y hermana, no de los que yo quiera sino de los que me necesiten y que me enseñan a vivir.

El amarillo solo es más amarillo después de ver la felicidad de alguien que vive en la calle. Desde que llegué a Ciudadela Don Bosco los colores son más intensos y brillantes, las sonrisas más grandes, el amor más sincero, el cansancio más real, las caídas más dolorosas y las equivocaciones más temidas. Pero el anhelo de trabajar domingo a domingo por los sueños de Don Bosco hace que más hombres y mujeres se esfuercen por alcanzar la santidad.

Alexandra Rivas

Un sacerdote salesiano me invitó a dar clases de religión

Mi nombre es Olga Leticia Lajpop García. Soy orgullosamente indígena de la etnia Maya-Quiché, de Guatemala. Desde pequeña me gustaba participar en la cosas de Dios. A los 16 años me detectaron una hernia discal, lo que limitó mucho mi adolescencia.

Hace algunos años reproché al Señor por lo que me estaba pasando. Después tuve la oportunidad de asistir a un retiro espiritual. Ahí, dominada por mi orgullo y rebeldía, me encontraba de rodillas ante Jesús Sacramentado y le pedí que me sanara. Sentía que podía hacer mucho bien si mi salud mejoraba. Durante algunos meses fui mejorando. Eso me hizo sentirme en deuda con Dios, que no sabía cómo saldar.

Un día un sacerdote salesiano se me acercó y me invitó a impartir el curso de religión en la escuela salesiana de mi parroquia. Así fue como encontré mi verdadera vocación. Enseñar a los jóvenes quién era Cristo fue una gran experiencia. Sentí que lo jóvenes tenían la necesidad de ser escuchados, valorados, amados por Dios.

En el camino comprendí por qué Don Bosco dedicó su vida a los jóvenes hasta su último suspiro. Jóvenes sedientos de ser protagonistas de su propia historia, de conocer a ese ser supremo que los ama incondicionalmente. Sobre todo, experimentar la gracia del perdón.

Hoy mi corazón se siente alegre de poder vivir con ellos al estilo de Don Bosco: “Buenos cristianos, honrados ciudadanos”.

 

Compartir