OBennett 244 El mayor regalo que puedes ofrecer a otra persona es una escucha atenta. En muchos sentidos, estamos tratando de redescubrir las capacidades auditivas, un arte fundamental también para el acompañamiento personal.

Hay una escucha que tiene raíces aún más profundas, y gran parte de la vitalidad de escucharse mutuamente depende de ello. Escuchar tiene raíces que se extienden hacia arriba. Es el abecé de toda vocación, que siempre es un encuentro entre llamada y respuesta, que se renueva con cada nuevo despertar.

La escucha de Dios es un misterio que no puede ser contenido en ninguna práctica o momento. Se realiza por la obra del Espíritu Santo y, generalmente, no ocurre por saltos repentinos, sino por la maduración progresiva que se logra a través de largas peregrinaciones, como las muchas de las que nos habla la Escritura y que se contemplan en las vidas de nuestros santos.

Hay una predisposición a la escucha de Dios, tanto más preciosa cuanto más difícil, en la mayoría de los contextos sociales en los que vivimos, marcados por un exceso constante de estímulos mediáticos y por ritmos de actividad cada vez más intensos. La preciosa predisposición es la de disponernos al silencio.

Hay una palabra que, desde siempre, se ha destacado entre todas las demás. Es la palabra a través de la que Él nos habla: la Sagrada Escritura. No se impone. Siempre depende de nuestra escucha, de la sintonía del corazón y de su familiaridad al silencio con Dios. Al escuchar esta palabra, los afectos y los pensamientos comienzan a modelarse en lo que el Evangelio revela cada día. Escuchar a Dios en las personas que nos rodean y en los eventos que nos suceden nos hace más atentos.

En este camino crece la coherencia entre lo que se escucha y se anuncia, y lo que se vive. Y la escucha de Dios que nos habla requiere ejercicio diario, como hace un artista o un atleta en lo que destaca.

 

Todo cuanto tengo, tómalo

La espiritualidad salesiana me ha formado a vivir mi fe con amor, esfuerzo y con un inmenso deseo de santidad, como un regalo a los demás, el más precioso que puedo dar. A su vez, ha moldeado mi vida entera de manera integral y me ha hecho la mujer que soy. Desde el acompañamiento en el patio hasta el más silencioso e íntimo momento de oración, la espiritualidad salesiana se ha hecho presente en cada instante de mi vida.

Don Bosco dijo: “No basta amar a los jóvenes, es preciso que ellos se den cuenta de que son amados.” En esta frase, más que una experiencia de amor, encuentro un sendero a seguir para llegar a la meta, que es el cielo. Al igual que he conocido el amor de Dios mediante educadores y salesianos, busco que las personas, especialmente niños y jóvenes, se sientan amados por Dios, que no abandona, y por el prójimo, mientras vuelven sus ojos hacia Él.

Gracias a la influencia de la espiritualidad salesiana, presente en mi vida durante 16 años, estoy dispuesta a decirle a Dios: “Todo cuanto tengo, tómalo.”

Mariana Porras Zúñiga. Coordinadora Programa Escoge, Zapote. Exalumna del Colegio Salesiano Don Bosco, San José, Costa Rica.

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