amigos Formo parte de la red social Facebook. Me inscribí en ella hace un par de meses con la idea de explorar ese mundo para mí tan desconocido. En poco tiempo he adquirido 269 amigos.  Y las solicitudes de ingresar a mi grupo de amigos virtuales aparecen casi a diario.

Me llegan solicitudes de amistad de personas que ni conozco. Eso me ha representado un conflicto interno: ¿Acepto o rechazo a ese nuevo amigo/a desconocido? He optado por una solución salomónica: aprovecho el recurso de Facebook que me indica quiénes son amigos en común con el nuevo candidato/a. Si conozco a alguien de esa lista en común, entonces doy luz verde. Pero me queda la insatisfacción de haber entablado una amistad sin siquiera conocer al elegido.

Como pertenezco a la generación de los veteranos, no me resigno a llamar amigo a alguien a quien nunca le he estrechado la mano o con quien no hemos compartido alguna tarea en común o aunque sea unos buenos chistes. Aunque mi idea de amigo, en realidad sea más exigente, ya que solo a mi amigo podría contarle penas y proyectos, o compartir gustos profundos como un buen libro o una buena música.

Por eso me siento incómodo con esa avalancha de amigos en Facebook. En algunos casos he intentado agrandar su foto para lograr descifrar los rasgos de su rostro. Pero Facebook no me da la oportunidad de llenar la pantalla con ese pequeño rostro enigmático que busca mi amistad. En casos más complicados, ni siquiera aparece un rostro, sino unos dibujos extraños que a lo mejor describan la personalidad de mi pretendido amigo, pero que a mí me deja a oscuras.

Oigo decir que las redes sociales están creciendo como la espuma, y que se trata de millones y millones de amistades que se enlazan en ese universo  virtual. Eso me deja perplejo. Alguien que tenga centenares de amigos virtuales, ¿tendrá el mismo número de amigos reales a quienes darles una palmadita en la espalda, de esas que se sienten y no solo hay que imaginarlas?

Acepto que las nuevas tecnologías de comunicación social me faciliten el encuentro con viejos amigos que el viento se llevó a lugares lejanos. Un videochat con un viejo amigo es algo delicioso. En tal caso, me inclino con admiración y respeto ante estas maravillas tecnológicas. Pero no envidio a las generaciones jóvenes que, en lugar de dormir sabrosamente, se la pasan chateando hasta altas horas de la noche con multitud de amistades intercambiando frases de tres palabras.

Tengo la sospecha de que, en estos días de auge de las tecnologías de comunicación social, el concepto de amistad se esté devaluando. Mis 269 amigos en Facebook el día menos pensado pueden evaporarse porque me di de baja de la red social, o porque Facebook quebró, o porque…

Para mí, miembro de la generación veterana, esas nuevas amistades virtuales me parecen tan frágiles y carentes de densidad que me pregunto si el término amigo resulta apropiado.

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