Foto: Egin Akyurt Vivimos obsesionados por los vaivenes del coronavirus o covid19. Que si sube o baja el número de contagiados o muertos, que si la curva se va aplanando, que si la vacuna ya la inventaron, que si el gobierno está manejando correctamente la epidemia, que cuándo se abrirá el comercio y el transporte y las empresas, que si...

Y flota en el aire la temible incógnita: ¿cuánto durará esta situación amenazante? ¿Meses, años? Nuestro ánimo se ilumina un poco cuando los números bajan, para luego decepcionarnos cuando la curva vuelve a subir.

Estamos tan abrumados por esta gigantesca crisis mortal que olvidamos otra realidad más profunda. Crisis peores que esta las ha habido a lo largo de la historia. Las dos últimas guerras mundiales fueron carnicerías espantosas que acabaron con millones de personas. Epidemias parecidas a la actual han jalonado la historia humana. Hambrunas, exterminios, esclavitudes han flagelado a la humanidad a lo largo de los siglos.

A nivel micro, el sufrimiento es parte del ser humano. A todos nos toca nuestra cuota de dolor físico, psicológico, moral o espiritual. Duele el cuerpo, duele el alma. Somos seres imperfectos. El sueño de eliminar definitivamente el sufrimiento humano es una utopía inalcanzable. Y entonces qué nos queda: ¿rebelarnos? ¿resignarnos? ¿maldecir nuestro infortunio?

Entender la vida como un ejercicio de disfrute permanente es una ilusión engañosa y peligrosa. Buscar la evasión ante el sufrimiento acudiendo a vías falsas (drogas, placeres...) conduce a un sufrimiento mayor.

La fe cristiana ofrece una perspectiva alentadora ante el dolor humano. Ni resignación estoica ni falsa esperanza. Jesucristo perseguido, torturado y crucificado es la lección elocuente de la actitud ante el mal. Su espantoso sufrimiento físico y moral es la fuente de nuestra salvación. Es una muerte redentora que abre a la esperanza.

Desde la perspectiva cristiana el dolor puede transformarse en amor, en solidaridad, en purificación. El suicidio, la eutanasia, como intentos fáciles de escapar del sufrimiento, no resuelven sino agravan el problema. Atiborrarse de drogas, cualquier tipo de drogas, para eludirlo termina en un desastre mayor, talvez irremediable.

“Bienaventurados los que sufren...”. “Paciente es un término que viene del verbo padecer. Como las demás bienaventuranzas, esta parece una contradicción en sí misma. O se sufre o se goza. Jesús no nos promete liberarnos del sufrimiento, sino hacernos fuertes en la prueba. Fuertes como Jesús quien, ante la congoja por la pasión que se avecinaba, suplicó a su Padre que si era posible, lo librara de la tragedia; de lo contrario, se ponía en sus manos.

Ni aterrorizados ni resignados. Hasta en los momentos más oscuros de nuestra vida, hay espacio para la esperanza y el amor.

 

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