ventana Hay cegueras y cegueras. Dice el dicho popular: Ojos que no ven, corazón que no siente.

Podemos pasar por el mundo, nuestro mundo, sin ver; o ver con ojos miopes.



La realidad está allí, ante nosotros. Y, a lo mejor, no la queremos ver. Pareciera mentira, dada la avalancha de recursos informativos que luchan por captar nuestra atención, nuestra mirada. Periódicos, televisión, radio, internet... Es un río caudaloso de información sobre cuanto sucede en el mundo. Hasta podemos ahora echar una mirada cercana al planeta Marte.

Lo que no vale es echar vistazos de curioso sobre la realidad que nos circunda. Pasar como turista, con mirada distraída, no comprometida con lo que vemos. Porque no todo lo que vemos es atractivo. Y desviamos la mirada.

Ven y verás: es el reto de Jesús a sus apóstoles. Él mismo camina entre la gente con ojos bien abiertos. Descubre al enfermo, al pecador, al suplicante, al difunto. Y se compromete. Ve, escucha, toca, habla, sana, transforma vidas. Palpa el sufrimiento humano.

La fe tiene el poder de abrir nuestros ojos a las miserias del mundo. Miserias materiales, psicológicas, espirituales. Mirar con ojos compasivos. Palpar el sufrimiento humano. La tentación frecuente es encapsularnos en un microcosmos a prueba de sufrimiento. Ese microcosmos que ofrecen generosamente los medios de comunicación: gente bella, rica, perfumada; la vida fácil. La vida artificial de los ricos y famosos contemplada y envidiada desde una mullida poltrona.

La fe cristiana nos reta a salir de nuestra condición de espectadores sin comprometernos. “Ven y verás”. Ver al hermano que sufre, no por curiosidad, como esa gente que se arremolina ante un accidente sin extender una mano que ayuda.

Salir a ver. No dejarnos hipnotizar por la televisión ni tragarnos los periódicos ni oír cantos de sirenas ni dejarnos atrapar por internet. Ejercitarnos, sí, en abrir bien los ojos para mirar más allá del humo que envuelve la realidad incómoda. A los medios les interesa atrapar a sus clientes y para ello les sirven una información aséptica.

Tener el valor de apagar la televisión o el internet y salir a la realidad, que está muy cerca de nosotros. Y mirarla desde la perspectiva de los pobres. Los medios nos encandilan cuando presentan la realidad desde la perspectiva de los ricos.

Como el personaje anónimo de la parábola del buen samaritano, ver a la persona sufriente, detenerse, echar una mano efectiva. Dialogar con el prójimo en problemas. Que no nos vendan la realidad maquillada.

Si alguien encarna esta capacidad de mirar con amor el lado incómodo de la humanidad es el papa Francisco, el buen samaritano de nuestro tiempo.

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Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
Edición 251 Mayo Junio 2021


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