dialogo El futuro de un pueblo presupone necesariamente un diálogo y un encuentro entre ancianos y jóvenes para construir una sociedad más justa, más bella, más solidaria, más cristiana.



Los jóvenes son la fuerza del camino de un pueblo y los ancianos revitalizan esta fuerza con la memoria y la sabiduría. La vejez es un tiempo de gracia, en el que el Señor renueva su llamada: nos llama a conservar y transmitir nuestra fe, nos llama a rezar, especialmente a interceder; nos llama a estar cerca de los necesitados.

Los ancianos, los abuelos tienen una capacidad única y especial para comprender las situaciones más problemáticas. Y cuando rezan por estas situaciones, su oración es fuerte, ¡es poderosa! A los abuelos, que han recibido la bendición de ver a los hijos de sus hijos, se les confía una gran tarea: transmitir la experiencia de la vida, la historia de una familia, de una comunidad, de un pueblo.

Sin embargo, al mismo tiempo a los jóvenes se les recomienda: «Sean sumisos a los ancianos». La Biblia siempre invita a un profundo respeto hacia los ancianos, porque albergan un tesoro de experiencia, han probado los éxitos y los fracasos, las alegrías y las grandes angustias de la vida, las ilusiones y los desencantos, y en el silencio de su corazón guardan tantas historias que nos pueden ayudar a no equivocarnos ni engañarnos por falsos espejismos.

La palabra de un anciano sabio invita a respetar ciertos límites y a saber dominarse a tiempo: «Exhorta igualmente a los jóvenes para que sepan controlarse en todo».

No hace bien caer en un culto a la juventud, o en una actitud juvenil que desprecia a los demás por sus años, o porque son de otra época. Jesús decía que la persona sabia es capaz de sacar del arcón tanto lo nuevo como lo viejo. Un joven sabio se abre al futuro, pero siempre es capaz de rescatar algo de la experiencia de los otros.

Los ancianos tienen sueños construidos con recuerdos, con imágenes de tantas cosas vividas, con la marca de la experiencia y de los años. Si los jóvenes se arraigan en esos sueños de los ancianos, logran ver el futuro, pueden tener visiones que les abren el horizonte y les muestran nuevos caminos. Pero si los ancianos no sueñan, los jóvenes ya no pueden mirar claramente el horizonte.

¿Qué podemos darles
los ancianos?
«A los jóvenes de hoy día que viven su propia mezcla de ambiciones heroicas y de inseguridades, podemos recordarles que una vida sin amor es una vida infecunda». ¿Qué podemos decirles? «A los jóvenes temerosos podemos decirles que la ansiedad frente al futuro puede ser vencida».

¿Qué podemos
enseñarles?
«A los jóvenes excesivamente preocupados de sí mismos podemos enseñarles que se experimenta mayor alegría en dar que en recibir, y que el amor no se demuestra sólo con palabras, sino también con obras»

Si caminamos juntos, jóvenes y ancianos, podremos estar bien arraigados en el presente, y desde aquí frecuentar el pasado y el futuro: frecuentar el pasado, para aprender de la historia y para sanar las heridas que a veces nos condicionan; frecuentar el futuro, para alimentar el entusiasmo, hacer germinar sueños, suscitar profecías, hacer florecer esperanzas.

De ese modo, unidos, podremos aprender unos de otros, a calentar los corazones, inspirar nuestras mentes con la luz del Evangelio y dar nueva fuerza a nuestras manos.

 

Este artículo está en:

Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
Edición 254 Noviembre Diciembre 2021

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