Foto por Bernadg Hay varios motivos por los que no logramos escuchar. Aquí algunos de ellos:



Estamos demasiado ocupados con nuestros pensamientos, sentimientos, necesidades y deseos.

Tenemos miedo de invertir tiempo, nuestro don más precioso. Se ha dicho que la verdadera prueba del amor es la voluntad de dedicar tiempo. Si decimos que amamos, debemos estar dispuestos a tomarnos nuestro tiempo y escuchar.

Cuando alguien trata de compartir sus pensamientos y sentimientos, a menudo preferimos enmarcarlos en nuestras reglas y patrones, y evaluar la moralidad de ellos en lugar de escucharlos con una mente abierta. Estamos llenos de prejuicios.

Escuchamos con la impaciencia de responder, así que nunca escuchamos realmente. La verdadera escucha requiere silencio y quietud del corazón y la mente.

 

Aprender a escuchar

La Biblia nos da muchos ejemplos de cómo se logra escuchar verdaderamente. Salomón eligió ser un alma que escucha, siempre atenta a los murmullos del espíritu. Samuel reconoció la voz de Dios y guiado por Elí, exclamó magníficamente: “Habla Señor, tu siervo te escucha”. David clamó a Dios: “Déjame conocer tus vías, Señor, enséñame tus senderos”. (Salmo 25.4).

María de Betania a diferencia de su “ocupada” hermana Marta, elige sentarse a los pies de Jesús y escuchar.

Pero Jesús, sobre todo, fue un Maestro de escucha. Escuchaba para entender, ayudar y encontrar soluciones. Estaba dispuesto a dejar de lado todos los sentimientos negativos, resentimientos e incomprensiones, y a dar verdaderamente esa escucha empática con el corazón a todos los que se volvían hacia él.

Escuchó constantemente la voz de Dios y la de su pueblo. Incluso escuchó la súplica del pobre ladrón crucificado con él. El famoso encuentro con los discípulos en el camino a Emaús muestra evidentemente cómo Jesús los escucha, los comprende, luego les explica, los fortalece y los nutre.

 

Este artículo está en:

Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
Edición 258 Julio Agosto 2022

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