La bienaventuranza de los pequeños
La vocación de una Hija de María Auxiliadora

Beata Eusebia Palomino (1899-1935)Es María Auxiliadora quien desde el primer encuentro marca la historia vocacional de Eusebia, como ella misma narra: "Un domingo en que salíamos de la iglesia de los jesuitas (la famosa Iglesia de la Clerecía en Salamanca) adonde habíamos ido a oír un sermón con muchas otras chicas, vi pasar una procesión y pregunté qué procesión era. Me dijeron que era María Auxiliadora que salía de la casa de los salesianos. Entonces esperé para verla. Cuando llegó al sitio donde yo estaba, la colocaron delante mío y al ver a María Auxiliadora yo me sentí atraída hacia ella. Me puse de rodillas y con mucho fervor le dije: "Tú sabes, Madre mía, que lo que yo deseo es agradarte, ser siempre tuya y hacerme santa". Y eso lo dije con tanto fervor que las lágrimas corrían por mis mejillas.

Venid y vereisUn dato histórico, confirmado por los cuatro evangelistas, es que, desde el comienzo de su actividad evangelizadora (cfr. MC 1, 14-15), Jesús llamó a algunos a seguirle (cfr. Mc 1, 16-20). Sus primeros discípulos se convirtieron así en “compañeros por todo el tiempo en el que Jesús ha vivido entre nosotros, comenzando por el bautismo de Juan hasta el día en el que, estando con nosotros, ha ascendido al cielo” (Hch 1, 21-22).

Evangelización y vocación son, pues, dos elementos inseparables. Incluso podríamos decir que un criterio de autenticidad para una buena evangelización es la capacidad de ésta para suscitar vocaciones, para madurar proyectos de vida evangélica, para implicar enteramente la persona de los que son evangelizados hasta hacer de ellos discípulos y apóstoles.

La pasión y muerte de Jesús - BSCAMEn esta sencilla reflexión contemplamos la Pasión y la Muerte de Jesús, que, unida a su Resurrección, constituye el centro de nuestra fe.

Ante todo, su certidumbre histórica. No sólo porque aparece en todos los evangelios y en los demás libros del Nuevo Testamento, al grado de que alguien ha definido los evangelios “relatos de la Pasión de Jesús, precedidos por una larga introducción”; sino también porque, como afirma un filósofo no creyente, Ernst Bloch, “el nacimiento en una gruta, y la muerte en una cruz no son cosas que se inventan”: a nadie le gustaría decir algo semejante acerca del Fundador de su religión, si no fuera auténticamente real.

Sin embargo, más allá de esta certeza histórica, la pregunta que los cristianos nos hemos hecho a lo largo de veinte siglos de la historia de la Iglesia, es inevitable: ¿Por qué murió Jesús, el Hijo de Dios, en la Cruz?
A esta pregunta fundamental, la Revelación bíblica en el Nuevo Testamento nos ofrece una respuesta que puede parecer, a primera vista, incómoda e incluso desconcertante.

rectormayor1En el evangelio de san Mateo, el primer discurso de Jesús, en el que presenta la predicación programática del Reino de Dios, comienza con una palabra que va dirigida a lo más profundo de la mente y del corazón de sus oyentes y de todo hombre y mujer en el mundo: “felices... felices... felices”: una palabra que se repite nueve veces. Se trata de las así llamadas “bienaventuranzas”.

El anuncio del Reino consiste pues, en primer lugar, en una promesa de felicidad de parte de Dios, nuestro Padre. No se trata de un código moral, o del “nuevo decálogo”, que sustituiría al de Moisés. Como escribí en una carta al principio de mi mandato como Rector Mayor, “todo está unificado por la centralidad del Reino: por ello, ha sido llamada ‘la carta magna de la proclamación del Reino’. Un reino donde la paternidad de Dios no se caracteriza por su dominio, sino al contrario: su dominio se determina por su paternidad, de modo que en el ‘Reino de los cielos’ no hay esclavos ni siquiera siervos, sino hijos” (ACG 384, p. 24).

Debemos, pues, creer firmemente que toda oración, dicha con sinceridad, es escuchada por Dios. Una de las consultas más frecuentes por parte de los fieles, tanto en las confesiones como en la dirección espiritual viene expresada en forma de queja a Dios. Es frecuente escuchar: “Dios no me oye”. “Dios se ha olvidado de mí”. “Dios no me concede lo que le pido”.

Todo terreno por muy malo que fuera podría dar alguna cosecha, aunque fuera modestaCon el perdón de Jesús, ese sembrador que él presenta en la parábola no deja la impresión de ser inteligente. ¿A quién se le ocurre sembrar al borde del camino o en terreno pedregoso o lleno de abrojos? Podría haberse ahorrado desilusiones si hubiera escogido solo tierra buena. Sus vecinos no habrán tenido muy buena opinión de él.

Dichosos, felices, afortunados quienes aprender a amar como Jesús amaJesús nos ha dejado unas líneas de comportamiento que rebasan la cordura humana. Queda la impresión de que se le fue la mano con su mandamiento central: “Amen a sus enemigos”. Tal vez hubiera sido suficiente con disculpar al enemigo, no devolver mal por mal. Y que no cobrarse la venganza ya hubiera sido un gran paso. Pero, ¿perdonar al enemigo?, ¿amar al que nos hizo daño? ¿Es eso posible?