conociendo La Sociedad de la Alegría era un grupo de chicos jóvenes, en su mayoría. Su fundación debe situarse en 1833.

¿Cómo se formó esta Sociedad? Don Bosco dice que se puso en contacto con los chicos de Morialdo (I Becchi, donde también la introdujo). En Chieri, sin embargo, Juan se encontraba en un ambiente social nuevo y diferente, en el que entró con miedo y ganas. Quiere tener amigos y hacerse popular, pero no a cualquier costo. Y “quien ha nacido entre bosques sabe cómo arreglárselas”, como él mismo dice. Reconoce que sus colegas estudiantes son “buenos, indiferentes o malos” y aprende cómo tratarlos. Rechaza sugerencias para llevarlo al teatro, a jugar una partida, a  nadar y a robar. Ya había superado insinuaciones semejantes en Castelnuovo.


En este contexto, eligiendo amigos, fundó la Sociedad. Juan ayudaba a los compañeros en su trabajo de casa; pronto se encontró rodeado de un grupo de jóvenes que se sentía atraído hacia él, “como había sucedido en Morialdo y Castelnuovo”. De este grupo surgió la Sociedad. Dos reglas básicas determinan una conducta moral cristiana y el cumplimiento ejemplar de los deberes escolares y religiosos. Había lugar para alegres diversiones, pero no era una “Sociedad para la buena vida”. Juan era aceptado como el “líder de un pequeño ejército”; su popularidad era tal, que de todas partes se le llamaba para organizar diversiones y repasar lecciones a otros estudiantes.

Las Memorias presentan la imagen de un adolescente de convicciones cristianas, seriamente comprometido con una vida religiosa y moral. De ahí que la versión de un muchacho extrovertido y superficial, que se podría deducir de la narración que hace Don Bosco de sus aventuras deportivas y en las que hacen hincapié algunos biógrafos es errónea y necesita corrección.

Don Bosco no menciona explícitamente problemas de adolescente. Su determinación de evitar a los compañeros  “malos” no ha de verse como “debilidad”, miedo o actitud negativa; más bien, se ha de entender en el contexto de la conducta moral del adolescente ejemplar, que prevalecía por entonces y se ofrecía en la escuela. A pesar de cierta reticencia, se suponía que para juntarse con “malas” compañías sin sufrir daño moral, un adolescente debía haber alcanzado un considerable dominio de sus fuerzas instintivas, pasiones y agresiones. Ese dominio pide un nivel de madurez emocional que no se espera que haya alcanzado un adolescente de dieciséis años. Para Juan personalmente esa determinación debió ser también una estrategia deliberada de defensa, para resolver sus problemas de adolescencia.

Podemos estar seguros de que Juan, durante algún tiempo, hubo de reprimir sus impulsos sexuales, que consideraba pecaminosos. Pero, más allá de este refreno moral, Juan sublimó, en un sentido mucho más positivo, estos impulsos dándose a sí mismo en actos de servicio y practicando el amor del prójimo. Eso demuestra ya una considerable madurez moral. Sus actividades en la Sociedad de la Alegría y como un atleta y cómico han de verse en esta perspectiva.

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