conociendo-a-DB-1 A diferencia de otra familias religiosas, en nuestros orígenes no hay grandes personajes intelectuales o de renombre científico o teológico. Don Bosco funda nuestra Congregación con un grupo de sus muchachos de la primera hora. Eran chicos de la calle. Crecieron con él y junto a él descubrieron horizontes nuevos por los que valía la pena apostar la vida entera. 


Aquellos jóvenes decidieron quedarse con Don Bosco porque el pan prometido nunca se agotaba y era repartido a manos llenas a los pobres; el trabajo anunciado era la alegría de la entrega cotidiana y sin reservas; el paraíso, una esperanza cierta que hundía sus raíces en la misericordia y la ternura de Dios.

Sí, Miguel, Juan, Francisco, José y tantos otros de aquellos chicos decidieron quedarse en casa con el padre, con el amigo, con el maestro, con el santo. Su mirada profética les cautivó, su corazón de buen pastor les habló de Dios, sus manos laboriosas y solidarias les parecían cauces que abrían un mundo nuevo y mejor para todos.

 

Todos respiraron el mismo aire, vibraron con sus sueños y se sintieron conquistados por su pasión apostólica. Con él afrontaron dificultades increíbles, se entusiasmaron con proyectos que parecían imposibles y se dejaron llevar por una confianza inquebrantable en la acción de Dios que conduce la historia.

 

Se sintieron contagiados de un optimismo radical, creyeron incondicionalmente en la obra emprendida y adhirieron con todo el corazón a una propuesta de radicalidad evangélica vivida en la esencialidad del día a día.

 

De él aprendieron que la santidad salesiana es una fiesta; que en la casa de Don Bosco la santidad consiste en estar siempre alegres; que lo importante es hacer extraordinarias las cosas sencillas de cada día y que los jóvenes son el lugar privilegiado del encuentro con Dios.

 

Los propios jóvenes, testigos privilegiados de la acción del espíritu en Don Bosco, forjaron la santidad de nuestro padre. Fueron los jóvenes los que hicieron grande a Don Bosco. Lo llevaron en volandas por un emparrado de rosas y espinas a pesar de que su sotana era demasiado sutil. De ella se colgaron muchos jóvenes. Con el corazón intacto, perdió la vida en un desvivirse cotidiano de piernas hinchadas, agotamiento y progresiva ceguera. Solo resistió el corazón. Corazón magnánimo. Corazón de buen pastor. Sí, Don Bosco fue santo junto a sus jóvenes, a los que siempre esperó en el paraíso.

¡Retornar a Don Bosco, Santo! Para todo salesiano y para los que se sienten herederos de su sueño, es una invitación provocadora, apasionante, comprometedora. Es una llamada a vivir con más autenticidad y fidelidad nuestra vocación salesiana. La santidad de nuestro padre siempre nos interpela. Abrimos los oídos al Espíritu que sopla, hace resonar su voz en nuestra historia y hace nuevas todas las cosas. Es la hora de volver a Don Bosco para hacer nuestro su camino de santidad junto a los jóvenes más pobres.

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