Foto: Francis Storr Corría el año 1852 cuando en Turín, una tarde de primavera, una explosión atronadora rompía en dos la ciudad y sumía en el caos y la destrucción el barrio Dora, muy cerca de Valdocco. Estalló causando enormes destrozos el polvorín militar. Hubo 28 víctimas y numerosas pérdidas materiales.

Don Bosco se encontraba en los primeros años de su obra y estaba construyendo la iglesia de San Francisco de Sales en el Oratorio porque la capillita Pinardi se había quedado pequeña para albergar a los jóvenes de la casa. Aunque hubo algunos destrozos, techos caídos y ventanas rotas, no se tuvo que lamentar grandes pérdidas. El armazón de la nueva iglesia, todavía por concluir, no sufrió daños importantes.

Don Bosco y sus muchachos corrieron enseguida para ayudar y socorrer a los heridos. Mamá Margarita se quedó en casa con algunos chicos para arreglar el desastre.

Cerca del Oratorio, el hospital del Cottolengo había sido golpeado duramente. Mucha destrucción, pánico indescriptible y numerosos heridos. No dudaron ni un instante los muchachos de Don Bosco en ir a echar una mano. La solidaridad es como una corriente eléctrica entre quienes nada tienen.

Por aquellos días, Don Bosco había realizado una lotería, como hizo tantas veces, para recaudar fondos y poder financiar la construcción de la iglesia de San Francisco de Sales. Tenía 30.000 liras (todo un tesoro) preparadas para hacer frente a los gastos y poder concluir las obras.

Ante tal desastre, no dudó en llevar al superior del Cottolengo la mitad del dinero que, como oro en paño, tenía guardado para el Oratorio. Enterado el arzobispo de tal gesto, dio a conocer el hecho y escribió una carta preciosa al propio Don Bosco agradeciéndole su generosidad.

Don Bosco había escuchado muchas veces de labios de Mamá Margarita la historia popular de aquel soldado, Martín, que no dudo en compartir la mitad de su capa militar con un mendigo muerto de frío en el camino. Después soñó al Señor con su manto puesto y un letrero que decía: “Martín me ha cubierto con su manto”.

Ir a medias para que otros tengan con qué cubrirse. Nos recuerda este sencillo episodio aquella expresión que Don Bosco repitió tantas veces a sus muchachos más pobres:

-Te quiero tanto que, aunque no tuviera más que un pedazo de pan, lo partiría a medias contigo.

Ir a medias con Don Bosco. Para compartir nuestra vida y nuestro pan con los que necesitan; para estar ahí, en el momento justo cuando todo se derrumba, para no dar rodeos ni mirar hacia otro lado cuando todo estalla; para ser un poco de bálsamo que ayude a cicatrizar heridas; para ser un pedazo de pan tierno y blanco que sacie el hambre de afecto de tantos; para ser signo de esperanza ante tanta desesperanza.

Creo que nosotros, como Don Bosco, también pasamos por la vida sin dar rodeos ante las necesidades de los demás. Cuando hacemos nuestro el dolor del apaleado en el camino, quizá veamos que no tenemos lo suficiente, pero -sin darnos cuenta- habremos recibido el ciento por uno.

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