ConociendoaDB2 Annca En el Oratorio, la fiesta de san Juan Bautista era una ocasión muy propicia para que todos los muchachos expresaran sus sentimientos de gratitud hacia Don Bosco, que celebraba en ese día su onomástico. Durante los primeros años se celebraba de una manera muy sencilla.


En los años 1847 y 1848, los alumnos internos se conformaban con leerle algunas cariñosas composiciones de felicitación; y los externos le ofrecían un ramo de flores.

Pero en el año 1849, Carlos Gastini y Félix Revligio tuvieron una idea feliz. Se pusieron de acuerdo secretamente y, durante varios meses ahorraron chucherías, guardaron celosamente sus pequeñas propinas y lograron comprar dos corazones de plata para regalar a Don Bosco en el día de su santo. Estaban preocupados porque no sabían dónde y cuando presentarle su regalo. Querían además que los otros compañeros no descubrieran su secreto, para que resultara algo inesperado para Don Bosco.

Era ya la vigilia de la fiesta de san Juan. La habitación de Don Bosco estaba al lado del dormitorio de los alumnos. Cuando ya todos los muchachos internos dormían, Gastini y Reviglio fueron a llamar a la puerta de la habitación de Don Bosco, que, aunque era muy tarde, estaba todavía en pie. Cuando entraron y le presentaron su regalo, Don Bosco se emocionó mucho ante aquellos dos corazones de plata y ante las cordiales palabras de felicitación de aquellos dos buenos hijos.

Por la mañana todos los demás compañeros se enteraron del original obsequio, con un poco de envidia, y propusieron que para el año siguiente habría que organizar una fiesta hermosa para todo el Oratorio.
Memorias Biográficas III, 412-413

Fiesta de la gratitud
Cada año, el 24 de junio, los antiguos alumnos ofrecían a Don Bosco el homenaje de su agradecimiento en una gran fiesta, a cuya comida él mismo invitaba a todos. Y, en medio de la alegría de la fiesta, les animaba a mantener en medio de la sociedad el espíritu del Oratorio. Para Don Bosco, esta fiesta era muy importante y, por eso, permitía que se le diera todo el esplendor que quisieran. Por su parte, invitaba a asistir cada vez un mayor número, a pesar del importante gasto que debería hacer con el banquete que les daba.

Pero un año, su gran amigo, el sacerdote don Francisco Giacomelli, le hizo observar que en su onomástico los jóvenes le dedicaban fiestas demasiado grandiosas. Entonces Don Bosco cariñosamente le replicó: - Al contrario, estas fiestas de los jóvenes me gustan porque les hacen mucho bien, pues estimulan en ellos el respeto, el amor y el agradecimiento a los superiores.
Memorias Biográficas IX, 785-786

 

 

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