El bicentenario llegó. Todos los santos son un ejemplo en la imitación de Jesús. Pero cada santo queda más impresionado por un aspecto particular de la personalidad de Jesús.

Don Bosco queda fascinado por Jesús como Buen Pastor y como aquel que dijo: ‘dejad que los niños venga a mí porque de los que son como ellos es el reino de los cielos’. Es el Jesús que reprende a los Apóstoles para que no alejen a los niños  cuando Él quiere bendecirlos. El Jesús que resucita a una jovencita diciéndole talita kumi (niña, levántate). El Jesús que devuelve vivo, a una madre viuda, a su hijo único cuando ya lo llevaban a enterrar.

Don Bosco es un hombre de Dios. A Dios entregó su vida por entero. Le consumió el celo por la salvación de los jóvenes: la porción la más vulnerable de la sociedad y de cuya educación depende el futuro de los pueblos.

Lo que quiere Don Bosco es llevarnos a Jesús; llevarnos a los sacramentos de la confesión y de la Eucaristía. Quiere llevarnos a la conversión, a un cambio de vida, al alejamiento del pecado y de los vicios. Sólo si cumplimos los compromisos bautismales, nuestra alegría por su aniversario será auténtica.

Don Bosco quiere encontrar a sus devotos en gracia de Dios, reconciliados. Reconozcamos nuestras debilidades con humildad. Celebremos a Don Bosco como a él le gusta que lo hagamos. De lo contrario nuestra fiesta será una mentira.

Aunque los sacerdotes tengamos que hacer turnos extraordinarios en el confesionario.

No tendría sentido celebrar a San Juan Bosco con un entusiasmo simplemente exterior, pero en profunda contradicción con el estado de nuestra alma. Hay que celebrar a San Juan Bosco en gracia de Dios, en amistad con Dios, en coherencia con nuestro bautismo.

Que Don Bosco nos conceda apartarnos de todo lo que sea indigno del nombre de cristianos, para que cumplamos todo lo que ese nombre significa. Que Don Bosco nos enseñe a ser cercanos, no sólo a nuestros amigos, sino también a los pobres y a todos los que nos buscan porque nos necesitan.

Que nos enseñe a cumplir nuestros deberes también cuando se hace muy difícil. En los momentos duros él nos señala la cruz de Cristo, como hizo con Mamá Margarita cuando ésta ‘ya tiraba la toalla’.

Don Bosco nos enseña a caminar con la sonrisa en los labios, también cuando debajo de la alfombra donde los demás sólo ven pétalos, nosotros sentimos espinas que nos hacen sangrar.

Nuestra vida debe ser una vida para Dios. Nuestro amor debe ser no sólo afectivo, sino también efectivo, como el del buen samaritano.

Don Bosco nos quiere santos y nos espera en el Paraíso.

Celebremos el bicentenario en gracia de Dios.

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