Los ángeles existen. No los vemos con los ojos del cuerpo pero sí con los de la fe.

Los ángeles existen. No los vemos con los ojos del cuerpo pero sí con los de la fe. Las páginas de la Sagrada Escritura están llenas de referencias a estos seres espirituales que a menudo, sin tener cuerpo, se manifiestan de forma corpórea y especialmente humana. Sobre este aspecto Santo Tomás afirma que, según el testimonio de las Escrituras, los ángeles pueden tomar un cuerpo para manifestarse a los hombres. En este caso, no están unidos a este cuerpo como formas, sino como motores.

La relación de los ángeles respecto a los cuerpos está regulada por la intención pedagógica de Dios para con los hombres. Así lo explica el Angélico Doctor: "... en las Escrituras, los seres inteligibles son descritos con figuras sensibles, ... tal presentación no tiene por fin probar que los seres inteligibles son sensibles; pero por medio de las figuras de los seres sensibles, las propiedades de los seres inteligibles pueden ser comprendidas por una cierta semejanza...".

Los ángeles, suelen ser mensajeros de Dios y esta parece ser una de sus principales funciones como indica su propio nombre de "ángel". (vid. Lit. Horarum). El Concilio IV Lateranense definió como dogma la creación de estos espíritus puros y a ellos nos referimos cuando, al proclamar el Símbolo de la Fe, mencionamos las realidades "invisibles".

La existencia de los ángeles como personas incorpóreas incide de modo sumamente importante en toda nuestra historia de la Salvación, por esos resulta imprescindible que la tengamos en cuenta. Ciertamente hemos de pensar que, si nada tuvieran que ver con nosotros, no se nos habría revelado su existencia.

Sabemos de los ángeles por la Divina Revelación que son criaturas de Dios, superiores a nosotros en el ser gracias a su condición de espíritus puros. La epístola a los Hebreos y otros pasos de la Biblia dan por supuesta esta superioridad en muchos aspectos. Aunque esto habría de ser matizado por la realidad de la Encarnación del Hijo de Dios que se hizo hombre y no ángel.

Los ángeles son hermanos nuestros destinados a gozar de Dios en su vida eterna, habiendo sido puesta a prueba su libertad igual como la nuestra.

Algunos ángeles pecaron y se convirtieron en Demonios. Afortunadamente para nosotros el pecado primero de los hombres fue atenuado por la debilidad de una naturaleza inferior a los ángeles y no tuvo aquel carácter de irreparabilidad del pecado angélico.

El hombre, por sus propias fuerzas, no puede conocer la existencia de los ángeles, ni igualarse o parangonarse con ellos. Los ángeles pueden penetrar en las conciencias humanas y podrían arrastrarlas a un dominio sobrehumano. No es esto lo que Dios espera de ellos ni lo que ellos hacen por nosotros.

Si Dios respeta nuestro libre albedrío, mucho más los ángeles. Habiendo dispuesto Dios que se realice la Encarnación de su Hijo Eterno, ha subordinado el influjo de los ángeles sobre nuestra conciencia a un servicio respetuoso que sólo indirectamente se convierte en dominio: ellos nos dominan con Jesucristo a quien sirven, y así se alegran con Él en el cielo de la conversión de los pecadores de este mundo.

Así, toda posible forma de dominio angélico sobre los hombres ha de entenderse desde la perspectiva cristológica y en particular de la realeza que Cristo ejerce sobre los hombres y el universo entero. En la consumación de los tiempos, el Rey eterno dará orden a sus ángeles para que congreguen a sus elegidos y los separen de los réprobos.

Como afirman algunos teólogos, con todo, hay que decir que en la misteriosa relación que los ángeles establecen con nosotros por designio divino, hay una cierta subordinación debida al hecho de que el Hijo de Dios se haya hecho hombre, con lo cual ha puesto a los ángeles bajo su dominio en servicio propio y de sus hermanos los hombres.
Bellamente lo expresa una tradicional oración de la Iglesia que el Beato Juan XXIII gustaba recitar al final del rezo del Angelus: "Angele Dei, qui custos es mei, me tibi comissum pietate Superna, illumina, custodi, rege et goberna".

Ángel de Dios,
que eres mi protector,
a mí que te he sido confiado
por la Piedad de Dios,
ilumíname, protégeme, guíame y condúceme.

De nuestro ángel imploramos luz, protección, guía y fortaleza. Hermosa oración llena de sentido de fe sobrenatural que personalmente me gusta rezar a menudo durante el día para encomendarme a mi ángel custodio.

Para un católico formado en la piedad tradicional de la Iglesia la devoción al ángel custodio o ángel de la guarda forma parte de la vida cotidiano. Somos muchos los que aprendimos de pequeños aquellas sencillas y tiernas oraciones con las que nos confiábamos a nuestro ángel:

Ángel de mi guarda,
dulce compañía,
no me dejes solo ni de noche ni de día,
no me dejes sólo que me perdería.

Estas plegarias, de manera suave, iban conformando nuestra fe en la Divina Providencia que en su gran misericordia nos ha asignado un ángel a cada uno de nosotros para que nos acompañe en la travesía no siempre plácida del viaje de nuestra vida.

Durante unos años, y como consecuencia de la crisis de fe acaecida en el seno de la Iglesia católica, la conciencia de la presencia de los ángeles y la devoción a los mismos, sufrió un eclipse. No por esto dejaron los ángeles de actuar. Siempre trabajan y especialmente cuanto más los necesitamos. Hoy, decayendo la tormenta, parece que se recupera la devoción a estos fieles servidores de Dios y amigos nuestros.

La existencia de los ángeles forma parte del patrimonio de la fe de la Iglesia. Para un católico creer en los ángeles no es optativo como tampoco es lícito conformar los contenidos de la fe según el parecer y conveniencias de cada uno.

La fe se cree toda con asentimiento de la virtud de la fe o no se cree nada. Si seleccionáramos los contenidos de la fe según nuestra capacidad o disposición de entendimiento ya no creeríamos con fe sobrenatural sino con opinión humana.

Creemos la fe de la Iglesia y los contenidos de la misma vienen determinados por lo que nos ha sido dado en la Divina Revelación.

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